R. Díaz Maderuelo - J. M. García Campillo - C. G. Wagner - L. A. Ruiz Cabrero - V. Peña Romo - P. González Gutiérrez

Datos etnográficos y etnohistóricos sobre el infanticidio en sociedades tradicionales II

Sin embargo, las justificaciones de infanticidio más interesantes desde el punto de vista antropológico son aquellas que, en el seno de las sociedades preindustriales, apelan a factores o causas mitológicas o mágicas, mediante las que se elabora toda una serie de prescripciones que se traducen en comportamientos perfectamente pautados y automáticos que conducen a provocar la muerte del bebé no deseado. Estas justificaciones y comportamientos están social y culturalmente sancionados y admitidos, lo que contribuye tanto a mantener las prácticas infanticidas en los supuestos determinados, como a eliminar los posibles remordimientos y dudas que puedan asaltar la conciencia y decisión del infanticida.

Es el caso de las creencias y prácticas relacionadas con los niños que en la cultura yoruba, de Nigeria son llamados abikú. Al parecer, en las poblaciones yoruba (TEXTO #13), los niños que pertenecen a la clase abikú, según los datos con los que contamos, no son objeto de infanticidio sino de todo lo contrario: ritos y cuidados especiales, dada la propensión a fallecer en la infancia que se les supone a estos niños:

YORUBA (Nigeria; rama lingüística kwa, familia níger-kordofaniana; 1ª mitad s.XX).-
[creencias acerca de la entidad àbi’kú]

«Los niños a quienes se les da nombres àbi’kú [à + bí + kú, literalmente “nacimiento-muerto”] se supone pertenecen a una banda de demonios, muchos de los cuales viven cerca o en el interior de un árbol ìrokò [Chlorophora excelsa, Moráceas], de manera que a las mujeres embarazadas se les advierte que eviten esta clase de árboles cuando el sol está muy alto o cuando la noche es muy oscura, a fin de impedir que los espíritus àbí’kú entren en ellas.Se cree que cada niño àbí’kú, antes de venir al mundo, está predestinado forzosamente a regresar en un plazo fijo al grupo de demonios al que pertenece. Si una mujer pierde varios hijos durante su infancia, se dice que ha sido visitada por un miembro de un grupo àbí’kú, siendo el mismo niño el que regresa y muere una y otra vez; tal niño es conocido como àbí’kú.
Es posible adoptar algunas medidas con objeto de abortar los planes de estos niños, de manera que puedan permanecer en el mundo; así, si se les ayuda a olvidar el plazo fijo en el que han de regresar a su banda, quizá no emprendan el camino nunca más, no volviendo a reunirse con su grupo de demonios.
Estos espíritus deben ser aplacados por medio de sacrificios ofrecidos por la madre de un niño àbí’kú; además, tales niños son equipados con anillos, brazaletes, pulseras de cuentas y campanillas, de forma que el sonido pueda ahuyentar a los malos espíritus, creyéndose que estos amuletos protectores impiden a la banda de demonios llamar al niño para que se reúna con ellos. (...)
Se realizan celebraciones periódicas para los niños àbí’kú, en las que las judías y el aceite de coco constituyen el principal plato: se supone que los demonios comparecen y consumen esta clase de alimento, el cual tiene la virtud de apaciguarlos.
Si a pesar de todas estas precauciones, el niño muere, su cadáver es maltratado, infligiéndole heridas que se cree dejarán marcas indelebles. A veces el cuerpo es despedazado, y en todo caso, debe ser arrojado entre la maleza. La idea que subyace es la de que el espíritu àbí’kú sufre con ello y es incapaz de volver a entrar en otro cuerpo humano.» [Abraham s.f.:7-8; traducción nuestra].

Sin embargo, entre las poblaciones afrocubanas denominadas lucumí, descendientes de antiguos esclavos –que aún en la primera mitad del siglo XX conservaban la lengua yoruba, o una variante creolizada de ésta- los niños considerados como abikú podían sufrir un destino de lo más amargo; los relatos que sobre esta creencia recogiera Lydia Cabrera hacia 1950 en Cuba muestran cómo los malos tratos hacia los pequeños considerados como pertenecientes a una clase no normal pueden acabar en puro infanticidio, y justificarse de las maneras más peregrinas para la mentalidad occidental:

YORUBA-LUCUMÍ (Cuba; colectivos bilingües o creolizados de lengua yoruba y de castellano, originarios de Nigeria y trasladados e instalados como esclavos en Cuba; rama lingüística kwa, familia níger-kordofaniana; 1ª mitad s.XX).-
[creencias acerca de la entidad abikú y tratamiento a los niños así conceptuados; las porciones de texto entrecomilladas son transcripción casi literal de los informantes]

« Abikú es el niño que muere recién nacido o de poca edad y su espíritu regresa al mundo en otro niño que nace después. Muere y nace muchas veces. Se va y vuelve. Cuando muere, para reconocerlo y que no pueda seguir engañando más a la familia en que nace, se hace en el cadáver una marca; se le corta un pedacito de oreja, la falange entera o la punta de un dedo, y cuando vuelve a este mundo, ya se sabe quién es. Entonces se amarra, porque ese pasajero, volantón, no engaña a nadie (...) Cuando un pimer hijo muere, otros nacen después, y como aquél todos mueren en la niñez, es que el primero era abikú y se va llevando uno a uno a los demás. O bien, el primogénito no muere, pero sus hermanos mueren sucesivamente. Ese primer hijo que se queda en vida y que no deja que vivan los demás, es abikú”. El hermano que sobrevive a sus hermanos, no importa la edad que tenga, da mucho que sospechar que sea un abikú.
“El abikú nace y se come poco a poco a la familia. El abikú llora y llora. La casa está atrasada, no entra en ella nada bueno por más que le den de comer a la calle (...) A una escobita de palmiche se le pone un lazo colorado, blanco o azul, y se le entra a fuetazos [golpes] al abikú.
“Cada vez que llora, una tunda. O bien todavía mejor, se le pega con gajos de escoba amarga. El niño abikú no engorda. Es una miseria. El espíritu que tiene dentro se come todo lo que le dan. El niño no asimila, porque no le queda nada. Con ese abikú vienen otros a comer. Sin contemplaciones, hay que pegarles duro, amenazarlos, asustarlos. ¡Escoba amarga con él! No queda más remedio que castigarlos. Los golpes le duelen al otro, al abikú. Así se les saca [adelante] a veces, pero si el muchacho también se va, muere porque el abikú lo secó; hay que poder identificarlo cuando vuelva y se le hace en la carne una contraseña” (...) “Uno nació y simikú [murió] cuatro veces. Dos le mocharon [cortaron] la oreja, dos los dedos de los pies. La cuarta vez no murió. Después que se iba, cuando volvía, se pasaba llorando las noches enteras. ¡Vete que te doy escoba amarga! Con nada se callaba. Cuanto más le pegaban más chillaba”.
El abikú da mucha guerra. “Por sí o por no, un día a la semana, creo que los miércoles, aunque no den lugar a ello, conviene pegarles” (...) “Una cuñada mía parió una niña, que por la cara de albarda de mal tiempo que tenía, se comprendía en seguida lo que era. Tenía frente de vieja. No me podía ver. Se murió a los cinco años. La madre la lloraba. Al tercer día de muerta, Mañina, así la llamaban, vino a decirle a su madre que no la nombrara más. A una vecina mía que tenía un abikú asqueroso, era un guiñapo, berreando y ensuciando continuamente, y ella aguantándolo y aguantándolo, se lo dije bien claro:
-¡No nkangue más ese tareco, déjelo que se largue! Ese abikú se fue pronto”.
El abikú “suele saber mucho”, se conduce con alarmante gravedad y hasta sabe guardar un silencio pavoroso. “Miran como gente grande”. A veces se les corta la oreja mucho antes de que se vayan.» [Cabrera 1992:420-422].

Por su parte, los sara de Chad se deshacen de los niños que consideran “idiotas”, un término que hay que suponer que equivale a nuestras categorías de disminuidos o subnormales. La justificación ideológica es bien compleja: en esencia, se considera que estos niños tienen un padre o una madre no humanos, espíritus de las aguas, y por ello son devueltos al río apenas nacen:

SARA (Chad; rama lingüística sudánica central; familia nilo-sahariana; ca. 1955).-
[justificación mitológica para deshacerse de niños conceptuados como anormales]

«Los Mara [uno de los clanes sara] piensan que en el fondo de los ríos viven organizados en poblados a la manera humana los genios del agua, los Kandji Ma Man (...) Estos genios, hombres o mujeres, sienten una atracción erótica bastante viva por los hombres y abusan de éstos durante su sueño; una prueba de ello son los sueños eróticos. Desgraciadamente, los hijos nacidos de esas uniones son idiotas y son reclamados por su padre o su madre acuáticos, a los que son devueltos, sin duda con alivio. Los deseos de los Kandji Ma Man se manifiestan cuando un humano pasa por el borde del río. El Kandji Ma Man enamorado irá a la aldea para volver a encontrar el objeto de su pasión; o aunque no haya habido ningún encuentro, un o una Kandji Ma Man en busca de aventuras irá a deambular por las proximidades de los humanos. Y cuando un Mara o una Mara, después de haber sido estrechado en sueños, se despierta solitario apercibiéndose de que su cuerpo está húmedo, mojado y resbaladizo, se convence de la naturaleza “acuática” del compañero de su sueño. El sueño está considerado como una visita del Ndil (del doble) de los personajes apercibidos. El doble del durmiente, que no está sometido a la pensatez ni a las obligaciones del cuerpo, se ve obligado a ceder fácilmente a las maniobras de los Ndil que van a visitarlo.
Del mismo modo los hechiceros actúan esencialmente por rapto del doble, durante el sueño de su víctima; entonces el cuerpo muere al ser desposeído de su “potencia de vida”. En el caso en que el doble es tomado por un Kandji Ma Man, el cuerpo no muere, pero la vida resultante será negativa, inutilizable, por eso el hijo sale idiota. Después de tales sueños, el que los tiene se asegura de que su Ndil ha sido “esposado”, raptado, por un Kandji Ma Man, consultando el Koso [especialista mágico].
Si se trata del rapto del doble de una mujer y si ésta queda embarazada, cuando el hijo nazca, la madre, un día que haga viento, lo meterá en una calabaza y lo depositará en el río para devolverlo a su padre. Si no lo hace así, todos los hijos que tenga de allí en adelante serán idiotas, como “hijos del agua”. Si después de que un hombre ha copulado en sueños con un Kandji Ma Man y su mujer da a luz un idiota, es que hubo identificación entre la esposa humana y la esposa acuática (...)
Los Mara, hace menos de un siglo, estaban sometidos a tan triste suerte cuando uno de ellos, llamado Ngatugo, se hizo coger por los Kandji Ma Man, un día que pasaba a lo largo del río; se quedó un año en el fondo del agua; al cabo de ese tiempo fue liberado, habiendo llegado a conocer el secreto del remedio contra el maleficio de los Kandji Ma Man. Ngatugo salió del agua provisto de una gran pipa y de unas hierbas; no sabía dónde se encontraba. Unas mujeres lo encontraron y lo llevaron a la aldea. Como los Kandji Ma Man son alérgicos a las hierbas llamadas Temb, que Ngatugo traía, para protegerse contra ellos y para desembarazarse de ellos basta con lavarse con agua en la que dichas hierbas se hayan metido, o con quemarlas por la noche dentro de la cabaña, pues el humo impide que los genios del agua vengan. Sucede, sin embargo, que esas medidas no bastan para que sea devuelto el Ndil raptado por los Kandji Ma Man. Para saber si el resultado ha sido o no suficiente, se opera de la manera siguiente: la persona enferma (hombre o mujer) que, por el sistema adivinatorio, sabe que la causa de su mal es el rapto de “su doble” consecuencia de un sueño erótico, va a ver al descendiente de Ngatugo –actualmente Mbangue- para que la cure. Este, provisto de un huevo, va al río, acompañado del paciente, y tira el huevo al río. Si el huevo flota, es que el Ndil no fue devuelto por los genios del agua y que quizá no lo será nunca. Pero si el huevo se hunde a pico, es que el alma fue devuelta o será devuelta en seguida. Para curarse basta con que la víctima tome baños de temb y haga inhalaciones de una infusión de esta hierba.
El acceso de los descendientes de Ngatugo acerca de los Kandji Ma Man está concretizado por el fetiche Kadjaman plantado al lado de la puerta de su casa. Está hecho con madera de un pequeño arbusto acuático, el N’Gulu. La madre de Mbangue, el actual dueño del fetiche, tenía, según se dice, unas costumbres extrañas: desaparecía y se la encontraba cerca del río; tenía muchas veces pescados, aun cuando no iba a pescar. Estaba encargada de entregar a los genios del agua los recién nacidos cuya deformidad era signo cierto de “idiotez”; los ponía en una calabaza blanca que hundía rápidamente en el río y recuperaba después de vaciarla: su hijo la conserva todavía. Los hijos de los “genios del agua” deben de serles devueltos de esa forma, inmediatamente que nacen o muy poco después. Los idiotas vivos (que no fueron devueltos) tienen, por otra parte, un estatuto privilegiado: nadie se extraña de su incapacidad para construir una cabaña, para cultivar la tierra, etc.; pueden estar desnudos, si lo desean; su familia los aloja y los mantiene; nadie les rehúsa alimentos cuando los piden. Yo conocí en Marabé a una mujer idiota, soltera, que apenas servía para ir a buscar agua: la cosa parecía normal, puesto que era hija de los genios del agua.» [Jaulin 1985:170-172]

No obstante, hay que señalar que si, por la razón que fuere, el “idiota” no es eliminado, la familia y la sociedad sara se hacen cargo de la situación y se le trata durante toda su vida de manera adecuada.

Al margen de la construcción de elaboradas mitologías para explicar hechos enigmáticos pero relativamente frecuentes, como es la anormalidad en los recién nacidos, está muy extendida entre los diferentes grupos humanos la prevención de no considerar a los bebés miembros de la sociedad en la que nacen sino hasta que haya pasado un tiempo prudencial. En muchas culturas, un niño o niña que acaba de llegar al mundo no es ni tan siquiera un ser humano hasta que no haya crecido lo suficiente o lo deseable, antes de lo cual, aunque se le prodiguen los cuidados necesarios y reine la alegría por el nuevo alumbramiento, no es sino un ente viviente que come y llora pero que, por el momento, sólo está en el camino de llegar a convertirse en un miembro infantil de la sociedad. Naturalmente, el tiempo necesario para alcanzar el estatus de ser humano o miembro de la sociedad es variable según las diferentes culturas, y viene señalado por diversas señales causadas por el simple paso del tiempo y el desarrollo bio-físico, señales que suelen ser sancionadas por los ritos de paso correspondientes.

Así por ejemplo, entre los tsonga del sur de Mozambique, se realiza un importante rito de paso denominado purhi (Junod 1996[Tomo I]:73-75), palabra que designa un cordón de algodón que se ata a la cintura del pequeño, sólo cuando éste ha comenzado ya a gatear. La celebración implica, entre otras cosas, que los padres podrán volver a tener relaciones sexuales (aunque cuidando todavía que no deriven en un nuevo embarazo), interrumpidas mucho antes del parto, y que la criatura alcance un estatus más acorde con su naturaleza:

«El hecho de atar el cordón de algodón simboliza la recepción oficial de la criatura en la familia, e incluso en la sociedad humana. Anteriormente, apenas se la consideraba como un ser humano, era un xilo (“una cosa”), khuna (“ser incompleto”). De ahí en adelante es un nkulo, “una criatura que ha crecido”.» [Junod ibid:74-75; traducción nuestra].

Además, los niños que han pasado el purhi ya pueden ser enterrados como cualquier otra persona, en una colina o terreno seco, y no en un terreno húmedo cercano al río, como se hace con todos aquellos que fallecen antes de haber obtenido el cordón.

Justamente, son las prescripciones sobre el enterramiento diferencial de miembros no adultos donde mejor se puede apreciar el hecho de que los niños, normalmente los muy pequeños, son considerados una clase especial o aparte dentro de los que componen una sociedad. Esto se ve con claridad en lugares mucho más cercanos a los nuestros, y en una época no muy alejada de la actual. A fines del siglo XIX era todavía costumbre, en ciertos pueblos del País Vasco, proporcionar un enterramiento diferente a los niños que habían muerto sin bautizar, concretamente bajo el alero de la propia casa:

VASCOS (País Vasco Español; lengua vascuence; finales del siglo XIX).-[entierro diferencial de niños fallecidos sin bautizar]

«Ahora bien: la casa, o mejor, el contorno de la casa, es también considerado como cementerio, y lo ha sido efectivamente en otro tiempo. En el “Anuario de Eusko-Folklore”, tomo V, pág. 62 (Vitoria, 1925) recogí los siguientes datos de Kortezubi (Bizcaya): “Itxusuria es el nombre de la gotera del tejado y de la faja de tierra donde aquélla cae. En este sitio son enterrados los niños que mueren sin bautismo: así lo han oído todos los informantes. Uno de éstos, Lorenzo de Bengoetxea, presenció hace unos 25 años el enterramiento de una criatura en el itxusuri del lado iquierdo del caserío Andikoetzeta. Otro de los informantes, Matías de Aranaz, vio enterrar a dos niños en los itxusura (así los llaman en Errigoiti) de dos caseríos de Errigoiti hace unos 55 años (…) La costumbre de enterrar a los no bautizados, a los niños que no son cristianos, en los contornos de la casa, debajo de los aleros del tejado, ha debido de estar muy difundida en otro tiempo, puesto que todavía en nuestra época la hallamos, aunque en estado decadente, en pueblos que distan bastante entre sí. Además de las casas citadas de Kortezubi y Errigoiti, conocemos otros análogos en Oyartzun, en Berriatua, en Motriko, en Mendaro, en Aretxabaleta (Guipúzcoa) y otros. Un vecino de Santa Águeda (Aretxabaleta) preguntó al Sr. Cura de aquella parroquia a ver si había en el cementerio algún local destinado a los cadáveres de los no bautizados. Le contestó negativamente. Entonces dijo el vecino que, siguiendo una costumbre antigua, enterraría en el goteral (= itukiñpean o tellapean) de su casa a un niño suyo que acababa de morir: y así lo ejecutó». [Barandiarán 1973:217-8].

una localización que, como saben los arqueólogos, suele ser recurrente como lugar de enterramiento infantil en diversas sociedades antiguas .

Fácilmente se comprende que, en el contexto de estas formas de pensamiento, el hecho de no considerar como un miembro normal de la sociedad, e incluso como una persona, a los niños muy pequeños, constituye una buena ventaja ideológica ante la necesidad o deseo de eliminar al pequeño: si el bebé objeto de infanticidio no es aún un ser humano, nadie comete homicidio.