R. Díaz Maderuelo - J. M. García Campillo - C. G. Wagner - L. A. Ruiz Cabrero - V. Peña Romo - P. González Gutiérrez

Sacrificios infantiles

SACRIFICIOS INFANTILES EN LA ANTIGÜEDAD
Carlos G. Wagner


Resulta muy importante la práctica del sacrificio infantil, que constituye una variante específica del sacrificio humano, y que puede ocultar infanticidios por presiones reproductivas. Pero este tema, con todas sus implicaciones, ha sido y continua siendo controvertido. Durante el siglo XIX los antropólogos, filósofos e historiadores evolucionistas concibieron, de una manera que hoy nos puede parecer ingenua, la teoría según la cual desde un primitivo estadio de salvajismo y barbarie en el que se realizaban sacrificios cruentos de víctimas humanas, se pasó luego a sacrificar animales, para más adelante, al alcanzar formas de civilización más elevadas, llegar al sacrificio simbólico e incruento, un logro definitivo en el progreso moral y cultural de la humanidad. En la actualidad el debate tienen bastante que ver con el enfrentamiento entre las concepciones idealistas y materialistas del mundo, la sociedad y la cultura, aunque frecuentemente ya no se les denomine de este modo.

No pocos de los investigadores que han estudiado las religiones antiguas se han mostrado reacios a aceptar el enfoque del análisis antropológico que ve en la religión una forma funcional de adaptación frente a problemas y condicionantes de carácter material y práctico, prefiriendo juzgar el significado de las creencias y actos religiosos como pertinente sólo a la propia e independiente esfera de lo trascendente y sagrado, sin apenas conexiones con las actividades mundanas. Se admite, claro está, que las religiones en las sociedades antiguas se hallaban mucho más fuertemente integradas en la vida cotidiana de lo que ocurre actualmente, pero se suele achacar a una predisposición psicológica, no satisfactoriamente explicada, y que muchas veces se considera consecuencia de una carencia de formas de pensar «racionales» y «científicas». En fín, no suelen aceptarse fácilmente vínculos causales entre creencias y prácticas religiosas y factores de tipo ecológico, demográfico y tecnológico. A lo sumo se reconoce la oportunidad de la religión y de sus administradores para contribuir a la regulación de determinados aspectos de la vida socioeconómica o político-institucional, como los diversos rituales que jalonan el calendario agrícola o las fiestas de renovación de la realeza, pero más como un beneficio a posteriori que como una necesidad previa.

Desde tales perspectivas se considera también en muchos casos que la práctica originaria de sacrificios humanos, propia de gentes «salvajes» o «primitivas» y por lo tanto ahistóricas, daría lugar con el tiempo y el «progreso» a sacrificios de sustitución, en los que la víctima humana era reemplazada por un animal, siendo finalmente ssustituidos también éstos sacrificios cruentos por diversas y elaboradas formas de sacrificios simbólicos. Fruto de un evolucionismo ingenuo, los antropólogos del pasado siglo encontraron en la línea de desarrollo que conducía del sacrificio humano al sacrificio animal y a la oblea y el vino de la eucaristía cristiana, una reivindicación de la doctrina del progreso moral y la ilustración (cf.: Harris, 1978: 162) que luego ha sido compartida por muchos historiadores de la religión.

Pero todo este enfoque teórico se desploma cuando se constata la existencia conjunta de sacrificios simbólicos y de sustitución, junto a los cruentos, entre gentes y culturas que, de acuerdo a los criterios aplicados, debería ser situadas en los peldaños inferiores del esgrimido proceso moral ascendente (Schwimmer, 1982: 38), y que, por contra, otros pueblos y culturas más complejas y elaboradas, como los egipcios, sumerios, babilonios y asirios (Green, 1973), los hebreos (McCobby, 1982), los cretenses (Warren, 1984) o los mismos griegos y romanos, realizaron en su momento auténticos sacrificios humanos, bien que todo lo ocasionalmente que se quiera.

Basta recordar al respecto las hecatombes funerarias de los reyes de Ur, a los troyanos que ardieron en la pira funeraria del héroe Patroclo, a los tres persas sacrificados por orden de Temístocles antes de la batalla de Salamina, a los griegos y galos que fueron quemados vivos para conjurar un peligro de invasión sobre Roma, o a aquellos otros sepultados vivos por los romanos en un momento tan tardío como el 216 a.C., episodios todos ellos sobradamente conocidos. No parece juicioso considerar que varios siglos de "progreso" y perfeccionamiento moral en las civilizaciones oriental y greco-romana se disiparan de pronto ante la excepcionalidad de un peligro sumamente intenso para la colectividad. Más bien cabría esperar todo lo contrario; nuevas y satisfactorias soluciones ante las crisis que reafirmaran en circunstancias especialmente graves la validez del camino previamente recorrido.

La Antigüedad nos ha preservado el recuerdo sobre ciertos sacrificios infantiles. Se encontraba, por ejemplo, extendida la creencia de que quienes consumieran restos humanos en el curso de los sacrificios a Zeus Lykeios, que tenían lugar en su santuario de la Arcadia, quedarían convertidos en lobos. Así lo menciona Plinio (N.H. VIII, 80 ss):

“Es asombroso hasta que punto puede llegar la credulidad griega. No hay engaño, por descarado que sea, que no encuentre su padrino. Así Escopas, biógrafo de los ganadores olímpicos, cuenta que en el sacrificio que los arcadios hacían todavía en este tiempo a Júpiter Liceo, Demeneto de Parrhasia, habiendo comido las entrañas de un niño inmolado, se transformó en lobo; que diez años después, habiendo recobrado su forma humana, reemprendió su entrenamiento atlético y gana en Olimpia el premio pugilato.”

pero también el filósofo Platón (Rep., VIII, 16) se hace eco de tal creencia:

-"Es evidente que de esta estirpe de protectores del pueblo es de la que nace el tirano, y no de ninguna otra.
- La cosa es clara.
- Pero el protector del pueblo ¿por donde comienza a hacerse tirano? ¿No será evidentemente cuando empieza a hacer una cosa parecida a la que se dice que pasa en Arcadia en el templo de Júpiter Liceo ?
- ¿Que dicen que pasa allí?
- Se dice que el que ha comido entrañas humanas, mezcladas con las de otras víctimas, se convierte en lobo. ¿No has oído decirlo?
- Si.” (TRAD. P. Azcárate).

Pausanias (VIII, 2, 3.7) también la recoge:

“Creo que la época de Cécrope, rey de Atenas, es la misma que la de Licaón, pero su sabiduría en cosas divinas fue muy distinta. Uno fue el primero que llamó a Zeus supremo y decidió que no se le debía sacrificar nada vivo, sino que consagró sobre el altar las tortas del país que los atenienses aún llamaban pélanos; el otro, Licaón, ofreció sobre el altar de Zeus Liceo un niño y lo sacrificó y derramó sobre el altar la sangre, y se convirtió según cuentan en lobo en seguida del sacrificio...En todos los siglos, muchas cosas sucedidas antiguamente y que aún suceden, son hechas increíbles para el vulgo, que añade a la verdad muchas cosas mentirosas. Así dicen que desde Licaón, siempre se convierte en lobo el hombre que hace el sacrificio a Zeus Liceo, aunque esta conversión no es para toda la vida, pues, si una vez lobo, no prueba la carne humana, vuelve a los diez años a convertirse en hombre, mientras que si la prueba permanece para siempre animal.” (TRAD. A. Tovar).

y lo mismo hace Varrón, citado en este caso por San Agustín (De Civ. Dei, VIII, 17):

“Para confirmar estos relatos, recuerda Varrón otros no menos increíbles sobre la famosísima maga Circe, que transformó a los compañeros de Ulises en bestias. Habla también de los arcadios, que, según les toca en suerte, pasaban a nado al otro lado de cierto estanque y se convertían allí en lobos, viviendo después como semejantes fieras por los desiertos de aquella región. Si no se alimentaban con carne humana, después de nueve años volvían a atravesar nadando el estanque y recobraban su forma de hombres. Cita también por fin nominalmente a cierto Demeneto, quien habiendo gustado del sacrificio que los arcadios con la inmolación de un niño solían hacer a su dios Liceo, fue convertido en lobo y que, restituido a su propia forma, se ejercitó en el pugilato y triunfó en los juegos Olímpicos. Piensa el mismo historiador que no fue otro el motivo de dar en la Arcadia tal nombre a Pan Liceo y Jove Liceo, sino por esa transformación de los hombres en lobo, que creían que no tenía lugar sino por el poder divino. Lobos, en efecto, se dice en griego Lykos de donde aparece derivado el nombre de Liceo.”

Tan extendida creencia guardaba estrecha relación con el mito de Licaón, rey legendario, hijo de Pelasgo y abuelo de Arcade, héroe epónimo de los habitantes de Arcadia. Según una versión del mismo, que nos ha sido transmitida por Ovidio (Met., I, 218 ss), Licaón fue convertido en lobo por Zeus como castigo a su impiedad al haber tratado de engañarle ofreciéndole un sacrificio humano encubierto para poner a prueba su divinidad:

“Aterrorizado huyó, y alcanzando la soledad del campo emite alaridos y en vano trata de hablar. La rabia de su alma se acumula en su boca y ejerce sobre el ganado su habitual avidez de matanza; aún ahora sigue gozando en la sangre. Su ropa se transforma en pelo, en patas sus brazos; se convierte en lobo y conserva trazas de su antigua figura. Sigue teniendo el mismo pelaje canoso, el mismo aspecto de ferocidad; le brillan igual los ojos y sigue siendo la imagen del salvajismo.” (TRAD. A. Ruiz de Elvira).

Tal vez todas estas creencias descansen sobre la pervivencia de antiquísimas supersticiones relativas al culto de una divinidad-lobo. La Arcadia, región de Grecia culturalmente atrasada y de difícil acceso por la propia configuración topográfica del país, al permanecer mucho tiempo al margen de una rápida e intensa circulación de hombres, ha podido actuar a la manera de “reserva” en la que tales supersticiones y creencias se mantuvieron durante mucho tiempo. Y tal vez signifique que tras tales pervivencias se esconda la existencia de viejas prácticas propias de una comunidad pastoril como aquella, en las que la magia desempeñaba un papel fundamental para ahuyentar al más temido depredador de los rebaños, el lobo.

En efecto, la divinidad-lobo Licaón, que habitaba en la cima del Monte Liqueo, en donde posteriormente se habría de ubicar el santuario arcadio a Zeus Lykeios, no es más que la personificación de la montaña habitada por los lobos. La instalación de Zeus en la cima del Liqueo, de donde tomará su epíteto, es, por tanto, posterior a Licaón, personificación sobrenatural en un substrato preindoeuropeo de los lobos que habitan el monte. Zeus, tomó, por consiguiente, el lugar hasta entonces ocupado por Licaón, que quedó reducido, como otras tantas veces con las divinidades prehelénicas que no fueron asimiladas al panteón olímpico, al rango de héroe.



DATOS ETNOGRÁFICOS Y ETNOHISTÓRICOS SOBRE EL SACRIFICIO INFANTIL EN SOCIEDADES TRADICIONALES.
J. M. García Campillo


Sin entrar a enumerar ni discutir las diferentes propuestas teóricas que han intentado explicar las causas y motivación del sacrificio de seres humanos, es conveniente, no obstante, señalar que esta clase de prácticas se han registrado, con mayor o menor virulencia, en todo el mundo. La mayoría de las culturas de las que se tienen datos han recurrido en una u otra ocasión al empleo de víctimas humanas para ser ritualmente asesinadas; es preciso insistir que en esta categoría se incluyen tanto los sacrificios en masa atribuidos a los azteca en el momento del Contacto con los españoles, como la quema generalizada de personas conceptuadas como brujas en la Europa del siglo XVII, pasando por los casos de inmolación de viudas en la India, de tortura y muerte de los prisioneros de guerra entre los iroqueses, o de la incineración de niños entre los cartagineses, por citar solamente unos pocos y célebres ejemplos.

Ahora bien, en el caso del sacrificio infantil podemos preguntarnos, independientemente de las explicaciones que apelan al control del crecimiento demográfico, el porqué de su recurrencia. En este sentido, Nigel Davies señala con acierto que los niños son una de las categorías de personas que tienen más posibilidades de convertirse en víctimas:

«First, all over the world, whererever one looks at the record, the sacrificial victims were taken from the same categories of people: war captives, slaves, women, and children –that is to say, precisely those who had few, if any, rights on their own. The emphasis may vary from place to place: in Mesoamerica war captives were in the majority; in Sumer, the archaeological record concerns victims who were retainers or slaves; wives were immolated with their husbands not only in India, but also, for instance, in China and Polynesia; children were in almost universal demand as untainted intermediaries between the living and the dead. The Phoenicians and Carthaginians were specialist in child sacrifice, while in India, children were thrown to the sharks at the mouth of the Ganges until a British ordinance of 1802 forbade the practice.» [Davies 1984:212].

Este aprovechamiento de la naturaleza y condición de los miembros más jóvenes de la sociedad con vistas al sacrificio asoma a veces claramente en los relatos etnográficos, como ocurre en un trabajo clásico de la Antropología como es el de Bronislaw Malinowski con los isleños trobriandeses:

TROBRIANDESES (Islas Trobriand (Papúa-Melanesia); familia lingüística austronesia; Primeros años del siglo XX).- [conveniencia de una víctima joven para cierto sacrificio]

«[Los jóvenes navegantes] oirán hablar del enorme pulpo (kwita) que aguarda a la espera de las canoas que navegan por el mar abierto. No es un kwita normal de tamaño fuera de lo corriente, sino muy especial, tan gigantesco que cubriría toda una aldea con su cuerpo; sus brazos son tan gruesos como los troncos de los cocoteros que se alargan hacia el mar (...) ¡Pobre de la canoa que sea atrapada por el gigantesco kwita! Será inmovilizada, incapaz de moverse durante días hasta que la tripulación, muriéndose de hambre y sed, decidirá sacrificar a uno de los muchachos jóvenes que lleva consigo. Adornado con objetos preciosos, será arrojado por la borda y entonces, satisfecho el kwita, soltaría su tenaza a la canoa y la dejaría libre. Una vez, preguntado por qué no podía sacrificarse a un adulto en tales ocasiones, un indígena me contestó: “A un adulto no le gustaría; un muchacho no se da cuenta. Lo cogemos por la fuerza y se lo echamos al kwita”.» [Malinowski 1986(Tomo I):236-237].

Aquí, la lógica del informante es aplastante cuando justifica el hecho de elegir a un muchacho de entre la tripulación de la canoa, y no a un adulto, para aplacar la ira del monstruo .

En el marco de esta sección, que tiene por objeto proporcionar datos que puedan servir para una comparación entre los asesinatos ritualizados y el control de la población por medio del infanticidio, los casos que en principio más nos interesa resaltar son aquéllos en los que la violencia se ejerce sobre miembros no adultos de la propia comunidad de manera ritual y periódica, y de forma que tal violencia está establecida y resulta aparentemente aceptada o soportada por la generalidad de la sociedad. Estos serían los requisitos mínimos para poder iniciar una interpretación del sacrificio infantil como una manifestación ritualizada de infanticidio. Por desgracia, en la mayoría de las ocasiones, la parquedad o distorsión de las informaciones disponibles no permiten asegurar la concurrencia o no de algunos de estos requisitos. Una cosa sí interesa señalar: todos los casos de sacrificio infantil que hemos documentado tienen lugar en sociedades socialmente estratificadas y unificadas políticamente: imperios, estados o jefaturas avanzadas.

Debido a la naturaleza del problema expuesto, la presentación de los datos sobre sacrificio infantil se realiza mejor según criterios geográficos.

1. La India
Los ejemplos aquí recogidos muestran la dificultad de análisis de la mayoría de las informaciones referidas a la práctica de sacrificar seres humanos. En ninguno de los casos relatados en el siguente texto la violencia parece dirigirse contra miembros de la propia comunidad:

VARIOS GRUPOS (India; diversas familias lingüísticas; siglo XIX).- [sacrificio de adultos y muchachos en pro de las cosechas]

«En una de las muchas tribus salvajes que habitan en las profundidades de las escarpadas y laberínticas cañadas que serpentean las montañas del rico valle del Brahmaputra, la tribu Lhota Naga, tienen por costumbre arrancar la cabeza, las manos y los pies de la gente que encuentran para clavar las extremidades separadas en sus campos a fin de asegurar una buena cosecha de grano. No tienen mala voluntad a las personas a quienes tratan de esta manera algo irrespetuosa. Una vez desollaron vivo a un muchacho, le trincharon en pedazos y distribuyeron su carne entre todos los aldeanos, que la pusieron dentro de sus arcones de grano, para conjurar la mala suerte y asegurarse abundantes cosechas de grano. Los gondos de la India, una de las razas dravídicas, robaban muchachos brahmanes y los reservaban para víctimas que sacrificar en las diversas ocasiones; en la siembra y en la siega, después de una procesión triunfal, mataban a uno de estos mancebos con una lanza envenenada. Su sangre era después asperjada sobre el campo arado o la mies madura y su carne devorada. Los oraons o uraons de Chota Nagpur rinden culto a una diosa llamada Anna Kuari, que puede conceder buenas cosechas o hacer a un hombre rico, mas para inducirla a que lo haga es necesario ofrecerle sacrificios humanos. A pesar de la vigilancia del gobierno inglés, se dice que estos sacrificios se hacen todavía, aunque secretamente. Las víctimas son pobres niños abandonados y perdidos cuya desaparición no llama la atención de nadie. Abril y mayo son los meses en que estas fieras están al acecho y en esa época los extranjeros no deben andar solos por el país ni los padres permitir que sus hijos entren en la selva o pastoreen. Cuando un cazador gondo [debe querer decir oraon] ha encontrado una víctima, le corta la garganta y se lleva la falange del dedo anular y la nariz. La diosa entonces establece su morada en la casa del que le ha ofrendado un sacrificio de éstos y desde entonces sus campos producen una cosecha doble.» (Frazer 1951:494).

sin embargo, hemos creído conveniente ilustrar las actividades de los naga (familia lingüística sino-tibetana), los gondo (familia lingüística dravídica) y los oraon (familia lingüística austro-thai) (los tres en el texto anterior), porque las víctimas parecen tratarse preferentemente de personas no adultas, y porque las muertes son justificadas (no podemos estar seguros si desde el punto de vista emic o etic) en pro de una mejor fertilidad y rendimiento agrícolas, una excusa ideológica muy frecuente en los casos de sacrificio infantil.

El caso de los kandh o khond, a quienes ya veíamos justificar el infanticidio femenino para evitar en el futuro males mayores, podría apuntar hacia una estrategia de regulación de la población:

KHOND / KANDH (India oriental y meridional; familia lingüística dravídica; siglo XIX).- [sacrificio humano pro cosechas]

«Pero los casos que mejor conocemos de sacrificios humanos ofrecidos sistemáticamente para afirmar buenas cosechas son los de los khondos o kandhos, otra raza dravídica de Bengala. Nuestro conocimiento de ellos se deriva de los relatos escritos por oficiales británicos que, hacia la mitad del siglo XIX, estuvieron encargados de acabar con tales sacrificios. Se ofrecían a la diosa tierra, Tari pennu o Bera pennu, y creían que aseguraban buenas cosechas y la inmunidad para toda clase de enfermedades y accidentes (...) La víctima o meriah, como la llamaban, sólo era aceptable para la diosa si había sido comprada o había nacido víctima, es decir, si era hijo de un padre víctima o que hubiera sido consagrado cuando niño por su padre o tutor. Los khondos en desgracia era frecuente que vendieran sus criaturas como víctimas, “considerando segura la beatificación de sus almas, y su muerte en beneficio del género humano la más honorable posible” (...)
Con frecuencia retenían a las víctimas años enteros antes de sacrificarlas. Estando consideradas como seres sagrados, las trataban con extremo afecto (...) Al llegar a su madurez un joven meriah, le daban una esposa, que usualmente era también meriah o víctima. Y con ella recibía una parte de tierras y ganado. Sus hijos eran también víctimas. Los sacrificios humanos se ofrecían a la diosa tierra por tribus, ramas de tribus o aldeas, lo mismo en festivales periódicos que en las ocasiones extraordinarias. Los sacrificios periódicos generalmente se disponían por tribus y divisiones de tribus, de modo que a cada cabeza de familia le fuera dable procurarse, a lo menos una vez al año, alguna piltrafa de carne para sus tierras, por lo general hacia la época en que se sembraba la cosecha principal.
El modo de verificarse estos sacrificios tribales era como sigue. Diez o doce días antes del sacrificio, la víctima era consagrada cortándola el cabello, que hasta entonces había mantenido intacto. Multitudes de hombres y mujeres se congregaban para atestiguar el sacrificio (...) Iba precedido de varios días de orgía salvaje y obscena lascivia. El día antes del sacrificio se vestía a la víctima con nuevas vestiduras y se la llevaba por la aldea en procesión solemne con músicas y bailes, hasta el bosque Meriah, grupo de grandes árboles selváticos no tocados jamás por el hacha y situado a poca distancia de la aldea. Allí la ataban a un poste (...), la ungían con aceite, manteca clarificada y cúrcuma y la adornaban con flores (...) La muchedumbre bailaba alrededor del poste y al son de músicas, y decían a la tierra: “¡Oh diosa, nosotros te ofrecemos este sacrificio; danos tú buenas cosechas, buen tiempo y salud!” Después se dirigían a la víctima: “Nosotros te compramos por una suma y no te robamos; ahora te sacrificamos siguiendo la costumbre y no tenemos culpa alguna”.
En la última mañana, las orgías, que apenas sí se habían interrumpido por la noche, se reanudaban y continuaban hasta mediodía, en que cesaban, y la reunión procedía a consumar el sacrificio (...) Como la víctima no podía ser atada ni mostrar resistencia, la rompían los huesos de los brazos y a veces, si era necesario, también los huesos de las piernas, mas por lo general esta precaución resultaba innecesaria si la intoxicaban con opio. El modo de matarla variaba según los lugares. Lo más común era la estrangulación o la sofocación (...) Después [el sacerdote] hería a la víctima ligeramente con su hacha y en cuanto lo hacía, la muchedumbre se precipitaba sobre el desventurado, separaban su carne de los huesos y dejaban intactas sólo las tripas y la cabeza. Otras veces era disecado vivo. En Chinna Kimedy le arrastraban por los campos rodeado por la multitud que, evitando su cabeza e intestinos, tajaba su carne del cuerpo con sus cuchillos hasta matarle. Otro modo vulgar de sacrificio en el mismo distrito consistía en atar a la víctima a la trompa de un elefante de madera que daba vueltas sobre un pivote colosal y mientras giraba, la multitud a su alrededor cortaba pedazos de carne de la víctima, aún viva (...) En un distrito, la víctima era condenada a morir a fuego lento (...) al día siguiente despedazaban el cadáver.
La carne cortada a la víctima era rápidamente llevada a cada aldea por las personas que habían sido encargadas de ello. Con objeto de asegurar su rápida llegada, se apresuraba su transporte en muchas ocasiones por relevos de hombres y se la trasladaba con ligereza de correo ochenta o cien kilómetros. Todos los que quedaban en las aldeas ayunaban en absoluto hasta la llegada de la carne. El portador la depositaba en el lugar asignado de la asamblea pública donde era recibida por el sacerdote y los cabezas de familia. El sacerdote la separaba en dos porciones, una de las cuales ofrendaba a la diosa tierra echándola en un hoyo, vuelto de espaldas y sin mirar. En seguida cada hombre añadía una poca de tierra para enterrarla y el sacerdote vertía después un poco de agua de una calabaza silvestre. La otra porción de carne se dividía en tantas partes como cabezas de familia había presentes. Cada uno de ellos enrollaba su trozo de carne en hojas y lo enterraba en su campo predilecto, poniéndole en la tierra de espaldas y sin mirar. En ciertos lugares, cada cual llevaba su trozo de carne a la corriente de agua que regaba sus tierras y lo dejaba allí atado a una estaca (...) Los restos de la víctima humana (a saber, cabeza, intestinos y huesos) eran vigilados por grandes cuadrillas de hombres que los guardaban toda la noche posterior al sacrificio y al día siguiente por la mañana se quemaba todo junto con una oveja entera sobre una pira funeraria. Las cenizas eran esparcidas por los campos, tendidas en forma de pasta sobre las casas y graneros o mezcladas con el grano nuevo, para preservarlo de los insectos. Otras veces, sin embargo, enterraban y no quemaban la cabeza y huesos. Después de la supresión de los sacrificios humanos, sustituyeron en algunos sitios las víctimas humanas por otras de inferior calidad; por ejemplo, en la capital de Chinna Kimedy, la víctima fue una cabra. Otros sacrifican un búfalo...». [Frazer 1951:494-497].

La larguísima relación que de este caso hace Frazer -a quien parece interesan mucho más los espeluznantes detalles de procedimiento que otras cuestiones más básicas- no aclara, sin embargo, si un ritual como éste, periódico y socialmente sancionado, tiene como víctimas siempre a miembros de su propia sociedad. Parece suficientemente claro que los sacrificados deben ser comprados y mantenidos a expensas de la comunidad, pero la afirmación de que «los khondos en desgracia era frecuente que vendieran sus criaturas como víctimas», podría indicar que el mejor mercado de víctimas se encontraba en las propias aldeas y parcialidades khond. Si esto es así, no resultaría difícil ver aquí una suerte de descarga de las presiones reproductivas y productivas a expensas de los más necesitados. Naturalmente, habría que disponer de más datos acerca de la estructura social y económica de los grupos khond, para ver hasta qué punto la práctica aquí relatada tenía impacto en la demografía y los recursos. En cualquier caso, hay que reseñar que éste no es un ejemplo de estricto sacrificio infantil, aunque puedan comprarse niños que se destinan eventualmente a perecer: las víctimas deben ser personas adultas y desarrolladas, ya que el objetivo principal parece ser el reparto generalizado de sus despojos.

Un último caso que hemos podido localizar en la India, podría quizá contemplarse como una estrategia de regulación de la población, pero los pocos datos que proporciona Frazer son mínimos y nada puede asegurarse, ya que ni tan siquiera se identifica el grupo implicado: «En las montañas Kangra, del Punjab, se acostumbraba sacrificar anualmente una muchacha a un cedro viejo, guardando turno las familias de la aldea para proveer la víctima» (Frazer 1951:145).

2. África
Los datos sobre violencia ritual apuntan sobre todo al África Occidental. En el área cultural yoruba (Nigeria) están bien documentados los antiguos sacrificios de personas con motivo de la accesión y de la muerte del alafin o rey: un hombre y una mujer en la ceremonia de coronación (Abraham s.f.:18), aunque no se especifica la edad de las víctimas. Cuando el rey muere y es enterrado, «in the same grave as the King were buried four women at the head, four also, at the feet with two boys on the left and right to attend him in the next world. Nowadays, a horse and bullock replace the human sacrifices» (ibid.:19).

Este género de sacrificio político-funerario no es infrecuente en las sociedades pre-industriales pero, salvo casos exagerados como el del imperio inca (vid. infra 3.3.1), no puede tener un impacto relevante en la demografía.

Existen o existieron otras clases de sacrificio humano entre los yoruba, aunque desgraciadamente la información es incompleta. El relatado por Frazer en el siguiente texto, parece tener también vinculaciones con el poder político pero no hemos podido confirmar este caso ni ampliar detalles en otras fuentes, así que ignoramos su periodicidad y la edad de la víctima, aunque el contexto apunta a una persona adulta, ni muy joven ni muy vieja:

YORUBA (Nigeria; rama lingüística kwa, familia níger-kordofaniana; siglo XIX).- [descripción del sacrificio llamado Oluwo]

«Entre los negros yorubas del África Occidental, “la víctima humana escogida para el sacrificio, que puede ser una persona libre o esclava, de parientes ricos y nobles o de nacimiento humilde, después de ser escogida y marcada para el propósito, se la llama un Oluwo [no he encontrado traducción o significado adecuados para esta voz en Abraham s.f.]. Se la alimenta, cuida y provee bien de todo lo que pueda desear durante su período de confinamiento; cuando llega el momento del sacrificio y ofrenda, la conducen en procesión por las calles del pueblo o ciudad del soberano, al cual se sacrifica por el bien del gobierno y de todas las familias e individuos de su reino y para que pueda cargar con los pecados, culpas, desgracias y muertes de todos sin excepción. Le arrojan mucha ceniza en la cabeza y le pintan la cara con tiza para ocultar su identidad, mientras el público se abalanza desde sus casas para tenderle sus manos, transfiriéndole así sus pecados, penas y muerte”. Cuando la procesión termina, la llevan a un santuario del interior y la degüellan. Sus últimas palabras o gemidos agónicos son la señal de una explosión de alegría entre las gentes congregadas fuera, que creen que el sacrificio ha sido aceptado y la cólera divina apaciguada». (Frazer 1951:643).

Frazer (1951:493) es también la única fuente de que disponemos para otro sacrificio yoruba, quizá más afín a la dinámica que nos interesa aquí:

YORUBA (Nigeria; rama lingüística kwa, familia níger-kordofaniana; s.XIX).- [sacrificio de una muchacha pro cosechas]

«En Lagos, Guinea, era costumbre anual empalar a una muchacha viva inmediatamente después del equinoccio de primavera, con el propósito de asegurar buenas cosechas. A la vez que ella, sacrificaban ovejas y cabras y las colgaban en estacas a cada lado junto con ñames, mazorcas de maíz y plátanos. La víctima era cuidada en el serrallo del rey y su mente estaba tan poderosamente sugestionada por los sacerdotes de los fetiches que iba alegre a su destino». (Frazer 1951:493).

Por último, Abraham (s.f.:167, 456) informa simplemente de la existencia de “sacrificios humanos” como ofrenda al dios Èsù, identificado con el Diablo de la tradición cristiana, así como a Ògun, el dios nacional de los yoruba, de especial devoción también para cazadores, soldados y herreros.

Con objeto de apreciar las dificultad que entraña comprender adecuadamente las causas y motivaciones (alegadas) que rodean los asesinatos rituales de seres humanos -niños o adultos-, conviene documentar aquí varios casos de sacrificio de seres humanos en África, en algunos de los cuales afectan a infantes. Los dos primeros son muy cercanos geográficamente entre sí (el curso bajo del río Níger, en Nigeria), pero sus procedimientos y resultados son bien distintos. En ambos, la violencia no se ejerce contra miembros de la propia comunidad, y sólo en el segundo de ellos se ven implicadas víctimas infantiles. El primero de los sacrificios (que recuerda a los asesinatos rituales griegos de tipo pharmakos) era realizado probablemente por comunidades del grupo ibo:

IBO (Nigeria; rama lingüística kwa, familia níger-kordofaniana; siglo XIX).- [sacrificio humano como expiación pública]

«En Onitsha, sobre el Níger, para limpiar de pecados el país, acostumbraban a sacrificar anualmente dos seres humanos, víctimas que eran compradas por subscripción pública. Todas las personas que durante el año anterior habían cometido grandes faltas, como incendio, robo, adulterio, hechicería y otras parecidas, se esperaba que contribuyeran con 28 ngugas, algo más de dos libras esterlinas. El dinero así recogido se llevaba al interior del país y se gastaba en la compra de dos personas enclenques “para ser ofrecidas como sacrificio por todos los crímenes abominables, una por la tierra y la otra por el río”. Un hombre de un pueblo vecino era contratado para matarles. El 27 de febrero de 1858, el Rev. J.C. Taylor presenció el sacrificio de una de estas víctimas. La sufriente era una mujer de unos 19 a 20 años de edad. Fue arrastrada viva por el suelo con la cara hacia abajo desde la casa del rey hasta el río, una distancia de más de tres kilómetros y la multitud la seguía vociferando: “¡Iniquidad! ¡Iniquidad!”. La intención era “que se llevara las iniquidades del país. El cuerpo fue arrastrado sin piedad como si el peso de todas las iniquidades fuese así alejado”. Dicen que todavía practican costumbres parecidas, en secreto, todos los años muchas tribus del delta del Níger a despecho de la vigilancia del gobierno británico [desde luego; véase el Texto siguiente]». (Frazer 1951:642-643).

El segundo tiene por protagonista a la etnia ijaw, y presenta el interés añadido de que se llevó a cabo hace muy poco tiempo, si bien carecemos de más datos acerca de su motivación y finalidad:

IJAW (Nigeria; rama lingüística kwa, familia níger-kordofaniana; 1998).- [sacrificio de hombres, mujeres y niños]

«Treinta personas mueren sacrificadas en un ritual animista en Nigeria. AGENCIAS, Lagos.
Treinta personas, entre ellas 10 mujeres y nueve niños, de la etnia urhobo fueron sacrificadas en un sangriento ritual a los dioses locales en el Estado de Beyelsa, al sur de Nigeria, según relató a la prensa una superviviente de la matanza. Los sacrificios han tenido lugar pocos días antes de la llegada mañana, sábado, de Juan Pablo II al más populoso país africano.
Los principales periódicos nigerianos recogieron ampliamente el suceso en sus ediciones de ayer. El ritual se llevó a cabo en el pueblo de Oboro, cuyos habitantes pertenecen a la etnia ijaw, una de las tres más importantes de la región, junto a los itsekiris y los urhobos.
Según una mujer que consiguió escapar, las víctimas viajaban en una embarcación por uno de los numerosos cursos de agua de la región del delta del río Níger. Se dirigían a participar en una ceremonia fúnebre cuando fueron abordados por los ijaw y obligados a atracar junto a la aldea de Oboro.
Después, los cautivos fueron conducidos hasta el ara de la población, despojados de sus vestimentas y sacrificados uno tras otro. Sólo una muchacha logró escapar, ya que sus verdugos dudaban si matarla porque llevaba en brazos a un niño de tan sólo tres meses. La joven salió corriendo hacia la selva, aunque en su huída perdió al niño.
En medio de la conmoción causada por estas muertes mañana llega a Lagos Juan Pablo II, donde respaldará a la iglesia católica, que se opone a la dictadura del general Sani Abacha, que encarna los más de 30 años de régimen militar que ha padecido el país». (Diario EL PAÍS, edición del 28 de marzo de 1998, sección Internacional).

El tercer caso relata sucesos acaecidos en Guinea Ecuatorial, también recientemente, y la información presenta tintes ciertamente macabros; niños y adultos se ven implicados, al parecer, en estos asesinatos y, dadas sus características, hay que acoger con toda clase de reservas las motivaciones apuntadas, en el sentido de que estos sacrificios humanos son propiciatorios de la salud, protección y prosperidad personales y de la suerte en los negocios para quien los realiza o los encarga:

GUINEA ECUATORIAL (sin especificar etnia o grupo lingüístico; 1999).- [sacrificio de menores y adultos con propósitos diversos]

«Misteriosas muertes en Guinea.
La población de Bata, asustada por nueve crímenes destinados a ceremonias rituales. Rodrigo Mangue. Malabo.
La ciudad guineana de Bata pasa por unos momentos de crisis social con la aparición de unos asesinos a los que nadie ha llegado a identificar, pero quienes ya se han cobrado más de nueve vidas desde que comenzaron a actuar, en julio del pasado año. Desde aquella fecha se han registrado varios casos de asesinatos con mutilaciones, todos ellos relacionados con la magia negra, e incluso con el tráfico de órganos humanos. Éste sería el caso de Sonia, una niña de unos ocho años que, tras permanecer desaparecida durante varios días, fue encontrada por un agricultor envuelta en sábanas y tirada en la maleza, sin ojos y con su órgano sexual arrancado.
Días después, un joven de Bata fue hallado muerto después de faltar dos días de su casa. Ya en el depósito, la hermana del joven desaparecido pudo comprobar que al cadáver le faltaban los ojos y los órganos sexuales.
En Malabo, la capital de Guinea, el mismo suceso macabro se ha repetido varias veces desde que acabó el verano. El cuerpo sin vida de un hombre de 30 años perteneciente a la etnia bubi (autóctona de la isla de Bioko) apareció flotando en un río con el pecho abierto, el corazón extraído y el pene y los testículos cortados.
El martes 4 de noviembre, otro cadáver flotaba en avanzado estado de descomposición sobre el río Consul, justo detrás del mercado central de Malabo y a escasos metros de un puesto de policía. Se trataba de Francisco Nsang Micha, un hombre de 49 años, al que le habían seccionado sus genitales.
Para mucha gente en Guinea, todas estas mutilaciones son la prueba evidente de crímenes destinados a unas ceremonias rituales.
Todos y cada uno de los miembros seccionados de las víctimas están destinados a unos ritos que tienen como fin último dotar de poder a una persona que carece de él, o, en el caso de alguien que ya lo posee, concederle un poder sobrenatural. Entre algunos de los dones que pueden proporcionar a la persona beneficiaria los órganos genitales de un hombre estaría el “dinamismo, la resistencia física y el éxito en todo lo que emprenda, sobre todo en los negocios y la política”, afirman con estoicismo los especialistas en la materia.
Pero lo macabro alcanza límites insospechables cuando estos mismos especialistas relatan la utilidad de los diseccionados órganos genitales de una mujer: “Inhumado en la entrada de un establecimiento comercial, un despacho de abogados, un hotel o un restaurante, consigue atraer a los clientes”.
Los órganos humanos sirven igualmente para los sacrificios destinados a los “dioses terrenales”, a los que se imploran riquezas o bendiciones, cuando la persona a la que se destina “la ceremonia” se prepara a afrontar un acontecimiento vital importante. Por ejemplo, en los momentos de reajustes de Gobierno o en la aproximación de elecciones presidenciales, legislativas o municipales, los hallazgos macabros de hombres, mujeres y a veces niños mutilados son corrientes en los países centroafricanos. En la mayoría de los casos, las investigaciones policiales siempre desembocan en un carpetazo al caso. Nunca hay sospechosos ni detenidos.
Rosa, una vieja curandera, explica con mucha seriedad que “esas prácticas chocantes para el mundo de hoy son sin embargo normales desde el punto de vista tradicional”. Según cuenta, “cuando un hombre se casaba con varias mujeres, era más bien para constituirse un vivero humano de donde se extraía lo necesario cada vez que lo requería. Hacía falta proteger a la familia contra las epidemias, el hambre, los animales salvajes y la naturaleza, y para ello era necesario cada vez sacrificar a alguien. Y no valía cualquiera, sino un ser querido, alguien de tu propia familia. No era como hoy, que se sacrifica a cualquiera, hasta a desconocidos”, manifiesta la anciana.» (Diario EL PAÍS, edición del 14 de noviembre de 1999, sección Internacional).

Por último, un cuarto caso, también reciente, y en el otro extremo de África, en Etiopía, pone de manifiesto la inmolación de una víctima infantil para propiciar un mejor estado de cosas, en esta ocasión, la eliminación de duendes o malos espíritus, si bien es imposible determinar si la elección de un niño es ideológicamente prescriptiva u obedece únicamente a razones prácticas, ya que esta clase de víctimas son, como ya se ha indicado, más fáciles de reducir:

ETIOPÍA (sin especificar etnia o grupo lingüístico).- [sacrificio infantil con propósitos mágicos]

"Three Sentenced to Death for Child Sacrifice.- An Ethiopian court sentenced a flour mill owner, a sorceress and her friend to death for murdering a seven-year-old girl in a witchcraft rite, the state-run Ethiopian News Agency (ENA) reported on Tuesday. Struggling miller Abametcha Abageda was so desperate to rid himself of the gremlins in his malfunctioning mill that he sought the advice of a local sorceress, the court heard.
Shenfo Alenchena, the sorceress, told him the only way out of his problems was to sacrifice a suitable girl child and sprinkle her blood on the floor of the mill and mill house.
She then paid four people $2.40 each to kidnap such a child and take her to Abametcha. The four kidnappers were all given life sentences when the verdicts were read on Monday." (Noticia de la agencia Reuters fechada en Addis Abeba, el 8 de diciembre de 1999).

3. Pervivencias.
Los tres ejemplos anteriores pueden resultar tanto más impactantes cuanto que son estrictamente contemporáneos con las fechas en las que se elabora este estudio. Sin embargo, si la valoración occidental de estos sucesos es la de comportamientos aberrantes o patológicos desde el punto de vista psico-social, nuestra percepción puede cambiar, y la valoración matizarse, cuando recordamos sucesos muy semejantes que se han producido en fechas relativamente próximas y en nuestra propia sociedad:

ANDALUCES (Gador, Almería, España; familia indoeuropea, subfamilia romance; ca. 1910).- [sacrificio de un niño con propósitos mágicos]

«Pena de muerte para los autores del espantoso “Crimen de Gador”.
En la Prensa de Almería leemos estos días detalles de un crimen horrendo –decía ABC el 11 de agosto de 1910-, cometido recientemente en aquella provincia y conocido en toda la región por “El crimen de Gador”. Ni los del Huerto del Francés, ni los de Don Benito, ni el del “Chato de El Escorial” son comparables por su crueldad con éste de Gador, cuya víctima, sacrificada como una bestia por una familia cuya crueldad es indudablemente mayor que la de las fieras, es un niño. Y realmente los calificativos de nuestro periódico correspondían a lo ocurrido. Estando tuberculoso y aquejado de ataques de disnea, Franciso Ortega, “El Moruno”, acudió a consultar a Francisco Leona, viejo curandero de la comarca. Su receta fue espeluznante: “que beba la sangre caliente de un niño y que le pongáis después las mantecas del propio niño sobre la tapa del pecho”. El propio Leona, ayudado por otro vecino –Julio Hernández, “El Tonto”- eligen a la víctima –el pequeño de siete años Bernarndo González-, la raptan y la esconden en un saco. En un lugar convenido les esperan José, hermano de “El Tonto”; Agustina Rodríguez, madre de ambos, y “El Moruno”, que aguarda con una olla de porcelana. Entre todos sujetan al niño, y Leona, con una navaja de filo muy fino, abre una ancha herida en la parte alta de su costado izquierdo. “El Moruno” bebe el elixir que cree que va a salvarle la vida. Descubierta esta orgía de sangre, la opinión pública sigue estupefacta el desarrollo de la causa que se instruye contra los criminales de Gador. Tres condenas a muerte constituyeron su justo epílogo.» [Coleccionable “70 años de ABC”, fascículo 4, pg. 48; sin fecha].

Hasta donde la información disponible nos permite cotejarlos, el suceso de Almería es, desde el punto de vista de la Antropología, paralelo a los casos de Guinea Ecuatorial y Etiopía descritos anteriormente.

Presentamos a continuación los dos únicos casos africanos que parecen mostrar mayor afinidad con ciertas formas de sacrificio infantil que encontraremos en América. Los tsonga del sur de Mozambique ofrecían a un “mancebo” como víctima para lograr la lluvia, imprescindible para la producción agrícola:

TSONGA (sur de Mozambique;rama lingüística benue-congo (bantú), familia níger-kordofaniana; 2ª mitad s. XIX).- [sacrificio propiciatorio de un muchacho]

«Nadie se interna mucho en el bosque de Tiyine, el bosque sagrado del clan de Matola, porque se decía que quienquiera que se aventurase por él, se perdería y no podría volver. Cuando la gente de Matola necesitaba la lluvia, llevaba un muchacho del país al bosque y lo abandonaban allí. Los dioses aceptaban la ofrenda, y el muchacho, afectado de parálisis [!], se veía incapaz de seguir a los que lo habían conducido al martirio. Los veía alejarse pero él permanecía allí para ser devorado por los dioses. Los otros se apresuraban a realizar el sacrificio y se volvían para casa: les estaba prohibido mirar para atrás. Una vez en casa, contaban cómo habían visto, en el suelo, entre los matorrales, pisadas de adultos e incluso rastros de niños ya bastante crecidos que gateaban con las manos y las rodillas. Muchas veces, según afirmaban, traían la lluvia con ellos» [Junod 1996 (Tomo II):327-328; traducción nuestra].

En este sentido, cabe incluir este caso en la importante nómina de ejemplos en los que surge la constelación de factores SACRIFICIO-NIÑO-LLUVIA/COSECHA. Los bambara del sur de Mali observaban otra práctica que puede obedecer a los mismos motivos que la anterior, aunque la fuente de que disponemos es secundaria y los datos son insuficientes:

BAMBARA / BAMANA (sur de Mali; rama lingüística mande, familia níger-kordofaniana; ¿siglo XIX?.- [sacrificio ¿propiciatorio? de una muchacha]

«Los Bamana han permanecido fieles a las tradiciones religiosas pre-islámicas durante mucho más tiempo que otros pueblos de la región. Quienes actualmente mantienen su religión ancestral siguen creyendo en un Dios Creador llamado Faro, redentor y organizador del Universo, que está entronizado en el “paraíso” y proporciona la lluvia y la fertilidad (...) Según el mito, concedió a los hombres su conciencia, orden y pureza, así como sentido de la responsabilidad. Les suministró cereales y algodón y les enseñó a trabajar. Hubo una época en la que se sacrificaba en su honor, como novia suya, a la muchacha más bella, ricamente engalanada, en la orilla del río». [Acosta y Llull 1992:261-262].

Hay que señalar, por último, ciertas prácticas rituales que, aunque no incluyen sacrificio infantil alguno, podrían ser interpretadas como supervivencias de anteriores asesinatos infantiles con motivo de la dedicación de hornos de herrero. Esa es la idea de Eliade, para quien los sacrificios de pollos en la inauguración de uno de tales hornos realizados por un grupo no especificado de Tanganika (actual territorio continental de Tanzania) deben interpretarse como de sustitución:

GRUPO NO ESPECIFICADO (Tanzania; siglo XX).- [ritual y sacrificio animal en la inauguración de un horno de herrero]

«R.P. Wyckaert, que ha estudiado de cerca los herreros de Tanganika, nos cuenta detalles significativos. Antes de ir al campamento el maestro herrero invoca la protección de las divinidades (...) La víspera de la partida para los altos hornos todo el mundo debe guardar continencia. Por la mañana, el maestro herrero saca su caja de medicinas, la adora, y luego todos deben desfilar ante ella, arrodillándose y recibiendo sobre la frente una ligera capa de tierra blanca. Cuando la columna se encamina hacia los hornos, un niño lleva la caja de medicinas y otro un par de pollos. Una vez en el campamento, la operación más importante es la introducción de las medicinas en el horno y el sacrificio que la acompaña. Los niños llevan los pollos, los inmolan ante el maestro herrero e hisopean con la sangre el fuego, el mineral y el carbón. Luego, uno de ellos entra en el hogar, mientras que el otro se queda en el exterior, y ambos continúan las aspersiones diciendo varias veces (a la divinidad, sin duda): “¡Enciende tú mismo el fuego y que arda bien!”. Según las indicaciones del jefe, el niño que se encuentra en el interior del horno coloca las medicinas en la zanja que se ha excavado en el fondo del hogar, deposita allí las cabezas de los dos pollos y lo recubre todo con tierra. También la forja es santificada con el sacrificio de un gallo. El herrero entra en el interior, inmola la víctima y esparce su sangre sobre la piedra-yunque, diciendo: “Que esta fragua no estropee mi hierro. ¡Que me dé riqueza y fortuna!”». [Eliade 1994:56-57].

Aquí, no hay indicios sólidos de que la presunta víctima humana sustituida se tratase de un niño. Sin embargo, el mismo Eliade recoge otro caso que muestra una extraña conexión entre niños muy pequeños y la inauguración de hornos; incluso podría aventurarse que la manera de acabar con la vida del recién nacido -caso de haberse procedido a su eliminación- habría sido por medio del fuego, algo que nos recuerda al sacrificio mlk fenicio-púnico:

CHEWA / ACHEWA (Malawi; rama lingüística benue-congo (bantú), familia níger-kordofaniana; 1ª mitad s. XX).- [ritual previo a la construcción de un horno de herrero]

«Vestigios de sacrificios humanos con fines metalúrgicos pueden hallarse asimismo en África. Entre los achewa de Nyasalandia, el que quiere construir un horno se dirige a un mago (sing-anga). Este prepara “medicinas”, las mete en una mazorca de maíz y enseña a un niño la manera de arrojarlas sobre una mujer encinta, lo que tendrá por efecto hacerla abortar. Luego el mago busca el feto y lo quema, junto con otras “medicinas”, en un agujero excavado en la tierra. Encima de este agujero se construye el horno. Los otonga [o bien tonga, otro grupo lingüístico al sur del territorio de los chewa] tienen la costumbre de arrojar en los hornos una parte de la placenta para garantizar la fusión del metal. Dejando momentáneamente aparte el simbolismo del aborto, estos ejemplos africanos representan una forma intermedia entre el sacrificio humano concreto o simbólico (las uñas y los cabellos) y el sacrificio de sustitución (por ejemplo, el sacrificio de los pollos entre los herreros de Tanganika, citado anteriormente [cf. Texto anterior])». [Eliade 1994:62-63].

Analizaremos la documentación prodecedente de la America prehispánica en una sección ubicada más adelante.

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