R. Díaz Maderuelo - J. M. García Campillo - C. G. Wagner - L. A. Ruiz Cabrero - V. Peña Romo - P. González Gutiérrez

Mesoamérica y áreas de influencia

J.M. García Campillo

Los debates que ha suscitado la interpretación del sacrificio masivo y el canibalismo de víctimas humanas entre los aztecas de la época del Contacto, en el sentido de si esta práctica obedecía a razones de estrategia económica y nutricional (postura de Marvin Harris y Michael Harner), o bien si eran la expresión de la supremacía militar y el dominio político-tributario del imperio de Tenochtitlan, o si simplemente consistían en rituales y actuaciones puramente ideológicas y religiosas, no nos interesan aquí. Ello es debido a que las víctimas eran -en la inmensa mayoría de los casos- personas adultas de ambos sexos, prisioneros de guerra o esclavos.

No obstante, el sacrificio de víctimas infantiles de la propia comunidad está también adecuadamente documentado en el valle de México a finales del siglo XV. Aunque la mejor fuente resulta siempre Fray Bernardino de Sahagún y su Historia general de las cosas de Nueva España, compilada a lo largo de la primera mitad del XVI, en esta sección sólo podemos citar los datos que al respecto ofrece López de Gómara, quien aunque no estuvo en contacto directo con la cultura azteca, sí recibió las informaciones directamente de Hernán Cortés:

«Cuando ya los panes estaban un palmo de altos, iban a un monte que para tal devoción tenían destinado, y sacrificaban un niño y una niña de tres años cada uno, en honor de Tlaloc, dios del agua, suplicándole devotamente por ella si les faltaba, o que no les faltase. Estos niños eran hijos de hombres libres y vecinos del pueblo; no les sacaban los corazones, sino que los degollaban. Los envolvían en mantas nuevas, y los enterraban en una caja de piedra.

La fiesta de Tozoztli, cuando ya los maizales estaban crecidos hasta la rodilla, repartían cierto tributo entre los vecinos, con el que compraban cuatro esclavitos, niños de cinco hasta siete años y de otra nación. Los sacrificaban a Tlaloc para que lloviese a menudo; los encerraban en una cueva que para esto tenían hecha, y no la abrían hasta otro año. Tuvo principio el sacrificio de estos cuatro muchachos, de cuando no llovió en cuatro años, ni aun en cinco, según algunos cuentan; en cuyo tiempo se secaron los árboles y las fuentes, y se despobló mucha parte de esa tierra y se fueron a Nicaragua.» [López de Gómara 1985 (Tomo II):319-320].

Aquí, además de la ya usual conexión que se proclama entre niños y lluvia /cosechas, es interesante sobre todo advertir la diferente procedencia de las víctimas en razón de su edad.

En Mesoamérica y su área de influencia cultural, hasta la actual Nicaragua occidental, los frecuentes sacrificios humanos son una de sus características definitorias. Sin embargo, las informaciones etnohistóricas muestran con claridad que hubo diversas clases de inmolación, diferenciándose bien -desde el punto de vista ideológico- aquellas variedades que tienene como víctimas a miembros no adultos. Tales son los casos entre los pipiles de El Salvador:

«Hacían dos sacrificios solemnes cada año, de día: el uno a principio del invierno, y otro a principio del verano; y este sacrificio era oculto, que sólo lo veían caciques y principales, y era dentro de la casa de oración, y los que sacrificaban para este sacrificio eran muchachos de seis años hasta doce, bastardos y criados entre ellos.

Tañían sus trompetas y atabales un día y una noche antes, y luego todo el pueblo se juntaba en la manera susodicha, y los cuatro sacerdotes salían del cu [templo piramidal] con cuatro braseritos de fuego, y en ellos puestos copal [incienso del país] y uli [resina del caucho]. Y vánse derechos todos cuatro juntos a do sale el Sol y se hincan de rodillas ante él y le sahuman diciendo palabras e invocaciones. Y esto hecho, se dividían hacia cuatro partes: este, oeste, norte y sur, y predicaban sus ritos y ceremonias. Acabado el sermón, se entraban corriendo en unas casas que tenían hechas a los cuatro vientos, y descansaban un rato. De ahí se iban a la casa del papa [sacerdote principal], que estaba junto al cu, y ahí tomaban al muchacho que habían de sacrificar, y daban cuatro vueltas al patio en manera de baile, cantando. Acabadas las vueltas, salía el papa de su casa con el sabio y mayordomo, y subían al cu con el cacique y principales, los cuales quedaban a la puerta de su adoratorio, y luego, los cuatro sacerdotes tomaban al muchacho en brazos, cada uno de su mano y pie, y salían luego al mayordomo, con cascabeles en los pies y manos, embijado, y por el siniestro lado le sacaban el corazón y lo daban al papa, el cual lo ponía en una bolsa labrada pequeña y la cerraba. Y los cuatro sacerdotes tomaban la sangre del sacrificado en unas cuatro jícaras, que son unos vasos de cierta fruta que los indios usan, y salían uno tras otro, abajaban al patio y a las cuatro partes de los vientos dichos asperjaban la sangre con la mano derecha, y si sobraba alguna sangre, la volvían a donde estaba el papa, el cual echaba la sangre, corazón y bolsa en el cuerpo del sacrificado, por la propia herida, y enterrábanlo en el mismo cu. Éste era el sacrificio que hacían para los tiempos del año.
»[García de Palacio 1983: 83-84].

así como los nicaraos de Nicaragua:

«Celebran las fiestas, que son dieciocho, como los meses, subidos en el gradario y sacrificadero, que tienen delante los patios de los dioses; y teniendo en la mano el cuchillo de pedernal con que abren al sacrificado, dicen cuántos hombres han de sacrificar, y si han de ser mujeres o esclavos, presos en batalla o no, para que todo el pueblo sepa cómo tiene que celebrar la fiesta y qué oraciones y ofrendas debe hacer. El sacerdote que administra el oficio da tres vueltas alrededor del cautivo, cantando en tono lloroso, y luego lo abren por el pecho; le rocían la cara con sangre, le sacan el corazón y desmiembran el cuerpo. Le da el corazón al perlado [¿prelado?], los pies y manos al rey, los muslos al que lo prendió, las tripas a los trompetas, y el resto al pueblo para que todos lo coman. Pone la cabeza en unos árboles que crían allí cerca para colgarlas. Cada uno de aquellos árboles representra el nombre de la provincia con quien hacen guerra, para hincar en él las cabezas que cogen en ella. Si el que sacrifican es comprado, sepultan sus entrañas con las manos y pies, metidos en una calabaza, y queman el corazón y lo demás, excepto la cabeza entre aquellos árboles. Muchas veces sacrifican a hombres y muchachos del pueblo y de la propia tierra, por ser comprados, pues es lícitio al padre vender los hijos, y cada uno venderse a sí mismo, y por esta causa no comen la carne de los tales.» [López de Gómara 1985 (Tomo I):291].

Ambas sociedades pertenecen al mismo grupo lingüístico que los azteca (nahua), y son muy próximas culturalmente a éstos.

Más interés parece tener el sacrificio ocasional de niños entre los mangue de Nicaragua por cuanto aquí podríamos estar ante un clarísimo mecanismo de regulación demográfica con objeto de solventar o paliar dificultades en la producción agrícola:

«In Nicaragua, for let us finish with what concerns the district and area toward Mexico, they also had, in addition to the general idolatry of all the Indies, their particular sacrifices. Among others, it occurred that in time of great necessity they sacrificed many children in that volcano of Masaya, of which we spoke, in this way: Those who were to be sacrificed were presented to the priest and they all went in procession to that volcano and took the children whom they were going to cast into it. And when they had arrived and performed certain ceremonies the priest took each one of them separately and threw them into that terrible fire where they would be consumed and destroyed before reaching it. And this was the most famous sacrifice there.» [López Médel, Tomás. Relación (1612), Versión inglesa en Tozzer 1941:224].