R. Díaz Maderuelo - J. M. García Campillo - C. G. Wagner - L. A. Ruiz Cabrero - V. Peña Romo - P. González Gutiérrez

El Concepto de Modo de Reproducción

Este concepto lo tomamos de Harris y Ross (Muerte, Sexo y fecundidad. La regulación demográfica en las sociedades preindustriales y en desarrollo, Madrid, 1991, Alianza Editorial)

Antes que nada, conviene distinguir entre control de la natalidad y control demográfico, El control de la natalidad es una propuesta de índole individual o familiar y recientemente se esgrime desde algunas posiciones feministas, sobre todo en relación con el control del cuerpo. Por su parte el control demográfico, de resonancias maltusianas, es un concepto más amplio y trasciende el ámbito individual y familiar; se ejerce sobre el conjunto de la población con el fin de mantener su crecimiento entre ciertos límites. Suelen confundirse ambos conceptos debido a que quienes los defienden preconizan el uso de anticonceptivos, pero en realidad el control de la natalidad es una parte, muy importante, pero sólo una parte, del control demográfico.

Se entiende por modo de reproducción el conjunto de prácticas que afectan directa o indirectamente a los procesos reproductivos y que pueden modificar las tasas de fecundidad y mortalidad en una población dada, según las presiones optimizadoras condicionadas por modos concretos de producción en circunstancias tecnoambientales específicas.

Cabe agrupar tales prácticas en cuatro categorías:

1) La atención y el trato dado a los fetos, los recién nacidos y los niños.
2) La atención y el trato proporcionado a las jóvenes y a las mujeres.
3) La frecuencia y el calendario de la lactancia.
4) La frecuencia y el calendario de las prácticas sexuales reproductivas.

De acuerdo con la exposición de Harris y Roos (1991) pp. 14-19 se pueden desarrollar de la siguiente manera:

1) Atención prestada a los fetos, los recién nacidos y los niños

Existe una sutil gradación que va desde la movilización de recursos en apoyo de los niños nacidos sanos al aborto directo e indirecto. Habida cuenta de que la mortalidad intrauterina y los abortos son «naturalmente» altos -se calcula que hasta un 25 % de los embarazos al cabo de cuatro semanas (MacCormack, 1928, p. 1) en las hembras del género humano-, es evidente que el desarrollar un feto hasta el final es un proceso sensible a condiciones ambientales muy diversas. El pleno apoyo a los embarazos implica reforzar la dieta de las mujeres embarazadas y reducir el volumen de trabajo que hacen. Conforme al mismo criterio, aparte de los abortos espontáneos debidos a anormalidades fisiológicas o genéticas, se puede provocar el aborto indirectamente mediante toda una serie de factores, entre ellos el exceso de trabajo y graves deficiencias alimenticias. Ello se convierte en aborto directo cuando es posible evitar esas privaciones o ese trabajo, o existe un trauma deliberado, sea mecánico (por ejemplo, la presión que se ejerce mediante la imposición de bandas muy apretadas) o químico, causado por la ingestión de sustancias tóxicas (Devereux, 1967).

Existen gradaciones igual de sutiles entre la plena sustentación de los recién nacidos y las formas indirectas y directas de infanticidio. La plena atención a los recién nacidos comprende la lactancia a pechos bien nutridos, la protección contra las temperaturas extremas y el trato cuidadoso durante la crianza. El infanticidio indirecto comienza con la mala alimentación, el retiro del pecho, el destete prematuro, la exposición a temperaturas extremas y la crianza descuidada e indiferente, sobre todo durante las enfermedades. El infanticidio directo comprende la muerte por inanición más o menos rápida, la deshidratación, el abandono a la intemperie, la asfixia y los golpcs mortales en la cabeza.

Scrimshaw (1983) enumera siete formas frecuentes de comportamiento infanticida, sólo uno de los cuales entraña la muerte directa:

La muerte deliberada.

El sometimiento a situaciones peligrosas.

El abandono con posibilidades de supervivencia.

Los «accidentes».

Los castigos corporales excesivos.

La reducción del apoyo biológico.

La reducción del apoyo emocional.

Al contrario de lo que indican las categorizaciones de las estadísticas científicas del estado civil, no existe una distinción nítida de conducta entre el aborto y el infanticidio. Como señala Polgar (1972, p. 206): Para algunos fines, se puede muy bien tratar el infanticidio y el aborto como una sola categoría. La práctica de los demógrafos de contar los infanticidios tanto en las tasas de natalidad como en las de mortalidad, mientras que no incluyen los abortos en ninguna de ellas, induce al error. Los métodos practicados por los yanomamos, por ejemplo, para impedir la progresión desde una concepción a un nacido vivo, no pueden ser claramente clasificados como aborto o infanticidio, alternativamente: provocan el parto en el curso del sexto o séptimo mes de gestación y si el feto muestra indicios de vida después de la expulsión, lo matan (Neel, 1968). Además, muchas veces el «nacimiento» se define socialmente como un momento posterior al parto.

Dickemann (1984) ha ampliado todavía más este proceso para tener en cuenta que no son sólo los recién nacidos los que están sometidos a formas directas e indirectas de homicidio, sino también los niños pequeños. Su sugerencia de que a las muertes provocadas a temprana edad se les dé el nuevo nombre de «feticidio-infanticidio-pedicidio» tiene muchos puntos a su favor. Subraya el hecho de que la creación de una nueva vida humana no se produce con el nacimiento ni con la fecundación del óvulo por la esperma, sino como resultado de un proceso continuo que va desde el apareamiento sexual hasta varios años después del nacimiento, mientras la vida del nuevo individuo depende totalmente de las actividades de sus compañeros sociales y sus protectores en todas las etapas del camino.

Resulta interesante señalar a este respecto que desde el punto de vista de los participantes (perspectiva émic), la muerte directa socialmente sancionada de un recién nacido o un niño no deseados suele ocurrir antes de que la víctima haya alcanzado la condición de ser humano. Como han demostrado, por ejemplo, Minturn y Stashak (1982), el infanticidio suele ocurrir antes de que se celebren los rituales que señalan la transición a la condición de ser humano. Debe señalarse, sin embargo, que como los demógrafos no tienden a considerar la reproducción en términos biosociales, a su juicio el «infanticidio, dicho en términos estrictos, no es un factor que afecte a la fecundidad» (Watkins y Van de Walle, 1983, p. 14).

2) Trato dado a las mujeres

El trato dado a las mujeres, además de ayudar a decidir el destino del feto y del recién nacido, puede elevar o relajar la edad a las primeras reglas, alargar o abreviar el período de la esterilidad adolescente, prolongar o reducir la frecuencia de la amenorrea y acelerar o retrasar el descenso de la fecundidad en la perimenopausia. Las variaciones del estado nultricional son algunas de las principales causas de estos efectos, aunque falta por determinar su influencia exacta en casos concretos. Se ha reconocido que las privaciones nutricionales graves, del calibre de las que se producen en una hambruna, pueden reducir la fecundidad en un 50 % (Bongaarts, 1982). Frisch (1984, p.184) mantiene que una pérdida de peso del 10 al 15 % lleva a «retrasar las primeras reglas y a causar amenorrea». Sin embargo, conviene tener presente que, si bien los efectos de la presión nutricional sobre la fecundidad son debatibles, los efectos de la tensión nfltricional sobre la mortalidad de las madres, los fetos y los recién nacidos están claramente demostrados. Una mala condición nutricional de la madre hace que aumente el riesgo de nacimientos prematuros y de que nazcan niños de poco peso, cosas ambas que aumentan el riesgo de mortalidad fetal e infantil: la malnutrición materna también influye la cantidad, aunque no la calidad, de la leche del pecho, lo cual reduce todavía más las posibilidades de supervivencia del recién nacido (Hamilton y otros, 1984, p.388). A su vez, las mujeres que se quedan embarazadas y que periódicamente han de aportar leche cuando su cuerpo está nutricionalmente agotado también tienen tasas de mortalidad elevadas (Trusell y PeLley, 1984; Jelliffe y Jelliffe, 1978; Fedrick y Adelstein, 1973). Todos esos efectos nutricionales variarán en la interacción con el nivel de tensión psicológica y fisica impuesta a las mujeres embarazadas y lactantes. Además, la esperanza de vida de la mujer puede verse afectada por la exposición a técnicas de choque corporal tóxico para abortar, una vez más en interacción con el estado nutricional general. También la malnutrición extrema y la gran tensión física y mental pueden afectar a la fecundidad de los hombres al reducir la líbido y la mortalidad espontánea de la esperma (Keys y otros, 1950). Sin embargo, la abundancia de la esperma en comparación con los óvulos y con la fisiología femenina del parto y la crianza hacen que el trato dado a las hembras sea mucho más importante que el dado a los varones en la modificación de la fecundidad. Además, las tasas de morbilidad y de mortalidad más elevadas de los hombres se ven fácilmente contrarrestadas por la práctica difundida de la poliginia.

3) Frecuencia y duración de la lactancia

La amenorrea es una compañera típica de la lactancia. Ese efecto guarda relación con la producción de prolactina, la hormona que regula la actividad mamaria. La prolactina, a su vez, inhibe la producción de las hormonas gonadotróficas que regulan el ciclo ovulatorio (Natura, 1985). Parece que varios factores bioculturales controlan la duración de la amenorrea por lactancia. Para empezar, existe la cuestión de la competencia de la madre, determinada por su estado de salud y de nutrición. Entre otras variables figuran la intensidad de la lactancia, determinada por la rapidez con que se den al recién nacido alimentos complementarios, así como el calendario de los episodios del amamantamiento. Si bien la importancia relativa de esos factores sigue siendo polémica (Bongaarts, 1980,1982; Frisch, 1984), es evidente que en condiciones favorables la práctica de la lactancia puede producir intervalos intergenésicos de tres o más años, con un grado de fiabilidad comparable a la de los anticonceptivos mecánicos y químicos modernos (Short, 1984, p.36). Pero hay que desconfiar de la idea de que cualquier grupo social es capaz de ajustar libremente su tasa de fecundidad hacia arriba o hacia abajo tan sólo mediante la intensificación y la prolongación de la lactancia. Una lactancia prolongada no puede tener lugar si las madres no están bien alimentadas (Hamilton, Popkin y Spicer, 1984, p.9). Además, la leche del pecho materno es deficiente en hierro, y su uso como única fuente de nutrición durante mucho más de seis meses pone a los recién nacidos en peligro de padecer anemia. Por añadidura, la cantidad de leche llega al máximo entre los tres y los seis meses, y requiere un complemento semisólido a partir de entonces (Raphael, 1984, p. 204). Por último, la necesidad que tiene la madre de dedicar tiempo al trabajo puede impedirle dar el pecho con frecuencia.

4) Frecuencia y calendario de los coitos

La abstinencia del coito puede ser lo suficientemente prolongada como para influir en la fecundidad, y los retrasos en el comienzo del comportamiento coitivo pueden acortar el período reproductivo de la mujer (Nag, 1983b). Los efectos contraceptivos de la amenorrea durante la lactancia pueden reforzarse mediante la abstinencia coitiva postparto, mientras que varias formas de actividad sexual no procreadora pueden influir en las tasas de fecundidad, estén o no relacionadas con la abstinencia postparto. Tanto la homosexualidad como la masturbación, el coitus interruptus y las técnicas heterosexuales no coitivas para lograr el orgasmo pueden desempeñar un papel en la regulación de la fecundidad. La edad al casarse es otra variable relevante cuya importancia deriva de su efecto en el calendario de la participación femenina en la actividad coitiva procreadora. Aunque los demógrafos han destacado la edad al casarse como el factor más importante en la determinación de la fecundidad en la historia de Europa, debe recordarse que su importancia se debe totalmente a la existencia de un tabú en contra de las actividades sexuales extramatrimoniales y de la maternidad de las mujeres no casadas. En una perspectiva antropológica, existe poca base para el argumento de Bongaarts de que las «primeras reglas señalan el comienzo de la posibilidad de dar a luz, pero la procreación efectiva se inicia con el matrimonio» (1980, p. 566). Aunque los archivos parroquiales de Europa den una imagen exacta de la tasa de concepciones prematrimoniales (lo cual parece improbable, dado que no identifican los abortos fuera de matrimonio, ni los infanticidios fuera de matrimonio disfrazados de abortos), la actividad sexual coitiva procreadora no se limita en absoluto a las parejas casadas. De hecho, suele ocurrir en las sociedades preindustriales (y, de hecho, es muy frecuente en sectores de muchas sociedades industriales) que la procreación no comience con el matrimonio, sino que el matrimonio comience con la procreación (Harris, 1985, pp. 259 y 260; Wilmsen, 1982, p. 4).

También el tipo de matrimonio guarda relación con la fecundidad. Por ejemplo, la poliginia asegura que casi todas las mujeres mantendrán actividades sexuales reproductivas (si no hay contracepción). Pero la poliginia también sirve para prolongar la abstinencia sexual después del parto, con el consiguiente efecto de refuerzo de la amenorrea por lactancia. Además, es probable que la poliginia produzca unas tasas más bajas de relación coitiva por esposa a medida que el marido se va haciendo mayor (Bongaarts y otros, 1984, pp. 521 y 522).

De esta síntesis se deduce claramente que en las sociedades preindustriales los individuos disponen de diversos medios culturalmente determinados para modificar las tasas de fecundidad y de mortalidad, y en consecuencia sus destinos demográficos globales. Naturalmente, que los modos humanos de reproducción sean modificables mediante tal gama de comportamientos no significa que el grado de regulación sea ilimitado. Como ya hemos dicho, las prácticas reguladoras de la población se ven limitadas por la fisiclogía reproductiva y por unos modos de producción que operan dentro de límites prescritos por condiciones biológicas, tecnológicas, económicas y ambientales. Sin embargo, y dentro de esos límites, cabe considerar los niveles observados de fecundidad y mortalidad como resultado en gran medida de presiones hacia la reducción al mínimo de los costos de reproducción y la elevación al máximo de sus beneficios. También merece la pena repetir que las consecuencias acumuladas de las prácticas de regulación de la fecundidad retroalimentan el modo de reproducción y lo condicionan.