R. Díaz Maderuelo - J. M. García Campillo - C. G. Wagner - L. A. Ruiz Cabrero - V. Peña Romo - P. González Gutiérrez

Datos etnográficos y etnohistóricos sobre el infanticidio en sociedades tradicionales

G.M. García Campillo

La finalidad de esta sección es presentar una serie de casos comentados, los cuales puedan servir al resto de los investigadores del proyecto como material comparativo. Este material quizá resulte útil a la hora de intentar esclarecer algunos puntos oscuros de las propuestas construidas desde otros ámbitos metodológicos o histórico-culturales en torno al fenómeno del sacrificio infantil; y en torno al grado y la clase de relación que tal fenómeno puede tener con las estrategias productivas y reproductivas en las sociedades humanas.

Tales casos comentados han sido extraídos de fuentes etnográficas y etnohistóricas diversas. Estas fuentes presentan una fiabilidad variable, dependiendo de la época en que se realizó la observación y de la preparación intelectual del sujeto que la llevó a cabo. La selección de los casos se ha hecho de manera automática, en razón de la facilidad de acceso de la literatura especializada disponible. De esta forma, la muestra descansa especialmente en algunas sociedades tradicionales del siglo XIX en el África subsahariana, por un lado, así como en ciertas culturas de la América prehispánica y colonial, por otro.

1. Tipos de infanticidio.
Tradicionalmente, la Etnografía ha estado está dispuesta a admitir como perfectamente lógica la práctica del infanticidio en aquellas sociedades caracterizadas por economías basadas en la caza, el forrajeo, la recolección y el pillaje; son los grupos que la teoría evolucionista clásica categoriza como sociedades no estratificadas, de tipo “banda-tribu”. Las interpretaciones se complican cuando el fenómeno tiene lugar en el seno de grupos cuya organización socio-económica y política es aparentemente más compleja, las sociedades de tipo “jefatura” y las “estatales”.

En cualquier caso, es conveniente presentar aquí las diferentes causas que han sido percibidas por los antropólogos -no por los miembros de los grupos que realizan el infanticidio- a la hora de ilustrar la práctica del infanticidio, independientemente del tipo de sociedad que la lleve a cabo.

Así, tenemos infanticidios que aparentemente obedecen al intento de mantener un número de miembros que se ajuste a la estructura económica familiar o grupal, lo que -para simplificar- podemos denominar “presiones productivas”. Son los casos típicos que abundan especialmente en las sociedades igualitarias de “banda-tribu”, y que suelen alternar con la práctica del aborto. Se han señalado entre los cocama de la Amazonia peruana en el siglo XIX (“a fin de no tener que criar demasiados niños”, Oberem 1971:196); los tasmanios (“escasez de alimentos”, Murdock 1945:22-23); los aranda o arunda del centro de Australia (“si la madre está alimentando todavía a otro hijo, y no puede, por lo tanto, criar al recién nacido”, ibid.:42); los !kung del África Austral («It was recognized that a mother could not feed and travel with children who were less than three to five years apart, therefore if a baby was born too soon it was disposed of by the midwive -“thrown away” in the Naron phrase. Wide spacing of children was a condition of their survival», Wilson 1982:53); los camayurá y los omagua de la Amazonia (“cuando la madre estaba todavía amamantando al hijo anterior”, Meggers 1976:80, 189); o en fin, los arapesh de Nueva Guinea:

ARAPESH (costa norte central de Nueva Guinea; familia lingüística papúa; ca. 1920).-
[infanticidio femenino]

«Mientras el niño nace, el padre espera, a una distancia que le permita oír, hasta que se determina el sexo y la comadrona se lo dice a gritos. A esta información, él contesta lacónicamente: “lávalo”, o: “no lo laves”. Si la orden es “lávalo”, el niño será criado. En algunos casos, cuando es una niña y ya hay varias en la familia, se la deja morir en el recipiente de corteza donde tiene lugar el parto, sin cortarle el cordón umbilical y sin lavarla. Los arapesh prefieren los niños, porque se quedan con sus padres [hay regla de residencia patrilocal/virilocal], y constituirán la alegría y el consuelo de su vejez. Si, después de tener una o dos hijas, crían aún una tercera, creen desaparecida la posibilidad de que venga un niño, y para evitarlo, como no conocen los anticonceptivos, recurren al infanticidio. También cuando escasean los alimentos, si la familia es demasiado numerosa, o en el caso de que el padre haya muerto, se elimina al recién nacido, pues creen que tendrá una salud y un desarrollo precarios.» [Mead 1994:34].

Esta motivación para el infanticidio fue también referida por cronistas e informadores de la época anterior al desarrollo científico de la disciplina antropológica; por ejemplo, el jesuita español Miguel del Barco alude a las épocas de falta de alimentos para explicar el infanticidio y el aborto que ocasionalmente eran practicados por los cochimí de la Baja California:

COCHIMÍES (península de Baja California; familia lingüística cochimí-yumana; siglo XVII).-
[infanticidio y aborto por razones de subsistencia]

«El amor a los hijuelos no era tanto que impidiese matar algunas veces sus criaturas, cuando no les alcanzaba el sustento. Observó esto el venerable padre Salvatierra, y ordenó que siempre se diese ración doble a todas las recién paridas. Más frecuente era el procurar, las que estaban encintas, el aborto, matando al feto por medio de violentas opresiones del vientre; para lo cual solían valerse de otra mujer y, después de muerta la criatura, se seguía el aborto. Principalmente las primerizas era lo regular el que diesen este destino fatal a sus fetos; y la razón que daban era que estas criaturas salían débiles y desmedradas. Lo mismo hacían otras mujeres, por no cargarse de tantos hijos, en lo cual no hallaban especial inconveniente ni disonancia.» [Barco 1989:272].

La muerte de la madre -y, con ella, la imposibilidad de criar al recién nacido- se ofrece como explicación en los informes sobre algunos de estos y otros grupos, los cuales no siempre pertenecen a sociedades cazadoras-recolectoras: los tasmanios (Murdock 1945:22); los esquimales (ibid.:175); los iroqueses de Nueva York, en el siglo XVIII (ibid.:251); los huitoto del NW de la Amazonia (ibid.:365); los nama de Namibia (ibid.:388); los cayapó de la Amazonia (Meggers 1976:111); o los matakam del norte de Camerún:

MATAKAM (norte de Camerún; rama lingüística chadiana, familia afro-asiática; ca. 1950).-
[infanticidio por muerte de la madre]

«Si muere la madre, el apuro es grande, pues no hay nadie que pueda criar al pequeñuelo. Ni siquiera cuando el marido tiene dos o tres esposas podrá salvarse el niño, pues jamás una mujer amamantará un hijo que no sea suyo. Un día encontré en el hospital de Mokolo, bien envuelto en algodón, un niño de pecho que tendría apenas una semana y al que llamaban Dschegai, es decir, el abandonado en la selva. Era, como su nombre indicaba, un huérfano de madre que, demasiado pequeño para poder comer las habituales y pegajosas bolas de mijo, había sido abandonado por su padre, que no sabía cómo arreglárselas con él. Con frecuencia, huérfanos de madre, los matakam son vendidos a los fulbe o a los mandara, pueblos mahometanos del valle, escasos de niños, que los crían para esclavos. Y no estoy hablando del siglo pasado. Abajo, en la llanura, alrededor de los Montes Mandara, viven, como esclavos de los fulbe y los mandara, millares de kirdi [conjunto de pueblos al que pertenecen los matakam] animistas; cuando un jefecillo o un rico traficante recorre el país, siempre veréis que le sigue un esclavo, con la lanza al hombro.» [Gardi 1998:170].

Aquí, los casos de los iroqueses y los matakam son más difíciles de explicar apelando simplemente a la imposibilidad de que el niño pueda ser amamantado, ya que la estructura social y de parentesco entre los iroqueses bien puede propiciar la adopción del huérfano por parte de cualquiera de las mujeres adultas del matrilinaje; en el caso matakam (agricultores sedentarios) las condiciones en este sentido parecen ser más semejantes a las de los iroqueses que a las de los otros grupos señalados.
Precisamente, el tipo de estructura social y de parentesco, los mecanismos de matrimonio y la organización familiar preferencial, parecen ocasionar en ciertas sociedades la muerte del recién nacido, según sea de un sexo o de otro: los arapesh de Nueva Guinea (se deshacen sobre todo de las niñas, como ya se ha visto; los mundugumor, vecinos de los anteriores (eliminan preferentemente a los varones:

MUNDUGUMOR (costa norte central de Nueva Guinea; familia lingüística papúa; ca. 1920).-
[infanticidio masculino]

«Antes de que nazca el niño, se discute si debe vivir o no; la argumentación está basada en el sexo del niño, pues el padre prefiere conservar una niña y la madre un niño. La decisión se inclina en contra de la madre, sin embargo, pues tanto su padre como sus hermanos también prefieren una niña. Los niños en el grupo familiar dan lugar a disgustos, si no hay suficientes mujeres para intercambiar por esposas para ellos; y aun si tienen un número suficiente de hermanas, los niños agresivos están capacitados para llevarse mujeres adicionales, por quienes habrá que pelear. La oportunidad de sobrevivir que tiene un niño mundugumor aumenta con la cantidad de nacimientos: el primer niño posee las menores probabilidades. Tanto el padre como la madre están menos trastornados por el advenimiento de los otros hijos, y al mismo tiempo, cuando ha nacido un niño, es completamente necesario que tenga una hermana para intercambiar por una esposa. Este sentimiento de que la existencia social misma de un individuo depende de tener una hermana, fue vivamente ilustrado cuando una mujer mundugumor se ofreció para adoptar a uno de nuestros muchachos arapesh. La seriedad de la oferta consistió en prometer al muchacho -naturalmente, con el consentimiento del esposo- una de sus hijas como hermana, asegurándole así una buena posición en la sociedad mundugumor. Una niña, sin embargo, tiene mayores probabilidades de sobrevivir que un niño; ella está en ventaja con respecto a su padre, a sus hermanos, y también a todo el grupo sanguíneo de ambos lados, quien, si la niña no es requerida por su casa, puede emplearla en compensación por una de las esposas de su primo.
También existe la idea que una vez que se decide conservar a un hijo, éste puede tener asimismo hermanos. Si un niño sobrevive el tiempo suficiente como para ser bañado, en vez de ser envuelto con las hojas de palma sobre las que tiene lugar el alumbramiento y arrojado al río, no será muerto después, aunque puede ser tratado despiadadamente y verse expuesto a peligros de los que se hallan exentos los niños aun entre los pueblos más primitivos. También si un hombre abandona a su esposa durante el embarazo, existen más probabilidades de que sobreviva el niño, pues el padre no estará para ordenar la muerte del hijo. En una familia poligínica, más aun, cada esposa rival insiste en tener un hijo, y el esposo es envuelto en una red de causas y efectos, de la cual raras veces puede desligarse completamente.
Así, mientras los motivos que predominan sobre marido y mujer durante la primera preñez en un matrimonio de elección, son contrarios a la conservación del niño, no son éstas las únicas consideraciones que deciden el que se conserve o mate al recién nacido. Estas actitudes dan, en verdad, el tono del sentimiento mundugumor hacia el nacimiento, pero no tienen el poder suficiente como para impedir que la sociedad mundugumor cumpla la función reproductora.» [Mead 1994:164-165].

También los guaná de Paraguay eliminan a las niñas:

GUANÁ (Paraguay; familia lingüística mascoyana; s. XVIII).-
[infanticidio femenino]

«El mismo escritor [Azara, cf. Texto 7] dice también que las mujeres de los Guanas destruyen a la mayor parte de sus hijas. Cuando están a punto de dar a luz, se dirigen a algún lugar alejado, en el campo, y cuando paren, hacen un agujero y entierran viva a la recién nacida, después de lo cual regresan tranquilamente a casa. Por supuesto, la excusa que esgrimen las mujeres de los Mbayas cuando dicen que el embarazo las desfigura estropeando su silueta, haciéndolas menos aceptables a sus maridos [cf. Texto 7], no es válida aquí, puesto que las madres de los Guanas esperan hasta que su figura está estropeada antes de pensar en destruir a su prole. Con frecuencia, cuando estas mujeres están encintas, los españoles les han ofrecido dinero, baratijas y otras cosas, para inducirlas a que les den a sus hijos, o por lo menos a dejarlos con vida, pero sin éxito: nunca escuchan la propuesta, sino que, por el contrario, toman las medidas necesarias para llevar a cabo su propósito tan secretamente como sea posible, y sin interrupción. De esta manera, se deshacen de casi la mitad de sus hijos, asegurándose de conservar más machos que hembras, con el fin, según dicen, de que estos últimos estén más solicitados y sean más felices.» [Vidal 1998:72-73].

Probablemente, hay que incluir aquí también a los toda del sur de la India (eliminan preferentemente a las niñas, Murdock 1945:103); entre los waiwai del norte de la Amazonia se practica el infanticidio si los cuatro niños anteriores son del mismo sexo que el recién nacido (Meggers 1976:138).
La eugenesia aparece también como explicación de algunos infanticidios entre los huitoto del NW de la Amazonia (Murdock 1945:365), los nama de Namibia (ibid.:388), los dahomé de Benín (ibid.:457), los camayurá de la Amazonia (Meggers 1976:80), los shuar de Ecuador (ibid:96) y los matakam de Camerún:

MATAKAM (norte de Camerún; rama lingüística chadiana, familia afro-asiática; ca. 1950).-
[muerte/infanticidio de criatura anormal]

«Parece natural que se atribuyan causas mágicas a los nacimientos monstruosos. Hay en juego algún hechizo maligno, un kule que hay que eliminar. Si una criatura deforme no es viable, el herrero la lleva al monte, busca una caverna o un hueco en la roca y pone un gran puchero invertido sobre el monstruoso cadáver, sacrificando luego una oveja que ha traído al efecto. El pobre animal es degollado sobre el cuerpo muerto, de manera que toda la sangre caiga sobre la olla. Lo mismo se hace con un pollo; se ofrece únicamente la sangre; la carne queda para el herrero, en pago de su asistencia y su trabajo.
El brujo guarda cuidadosamente la quijada inferior de la oveja y las plumas del pollo; al cabo de unos días va a buscarlas, se presenta con ellas en la casa del padre y, cogiendo paja del tejado, lo envuelve todo en ella y ata el conjunto con hierbas, haciendo un lío de forma alargada.
Vuelve con la ensangrentada olla y dirigiéndose al kule, el espíritu que habita en el monstruo, lo conjura:
“¡Sal del niño y pasa a este lío, abandona al niño y entra en este lío!”.
El espíritu, obediente, pues sabe muy bien lo que debe al brujo, así lo hace, pasándose a la quijada y las plumas, y el padre, que estuvo presente en la ceremonia, carga con el fetiche y lo esconde en su casa.
En adelante será el bobakule, el padre del espíritu y poseedor de un hechizo.» [Gardi 1998:177].

Entre los tunebo de Colombia, los niños “deformes y lisiados” forman parte del grupo de miembros que en dicha sociedad son estrangulados o abandonados, junto con los enfermos sin esperanza y los ancianos sin familia (Chaves Mendoza 1990:167). Por último, Krickeberg (1946:244) “explica” que entre los araucanos «el afán de este pueblo guerrero de tener descendientes vigorosos, hace comprensible la costumbre de matar a los niños delicados o contrahechos». Por el contrario, Meggers (1976:123) señala que entre los sirionó de la Amazonia “no se practica el infanticidio aunque el niño nazca con un pie contrahecho, lo que ocurre con frecuencia; aunque se prefiere a los varones, tanto niñas como niños deformes son tratados con afecto”.

Naturalmente, el concepto de “anormalidad” en un ser humano recién llegado al mundo está sujeto a interpretaciones sumamente variadas, dependiendo de la sociedad en que nos encontremos; en los siete casos que acabamos de señalar, debe asumirse que los bebés clasificados como anormales lo serían también según nuestros propios parámetros bio-culturales. Sin embargo, existen en este asunto lógicas diferencias transculturales. Entre los cuna de Panamá el albinismo se considera una característica negativa y los nacidos albinos son -o eran- frecuentemente muertos:

CUNA (Panamá; familia lingüística chibcha; 1ª mitad s. XX).-
[problema de los albinos; sus causas y la eliminación de recién nacidos albinos]

«The San Blas Indians [=cuna] are perhaps best known for the extraordinary frequency of albinism among them. This has caused them to be “rediscovered” more than once and sensationally treated as a mysterious race of “blond natives”. There has been little excuse for this treatment because as long ago as 1680 Lionel Wafer, a surgeon who passed four months among them, accurately identified the so-called blond ones as simply albinos. He estimated one albino to every two hundred or three hundred normal Indians; and in 1956, Clyde E. Keeler, a geneticist, computed the frequency to be from 0.75 to 1.00 percent, which does give them the record among primitive peoples.
Albinism presents a serious problem for these people. The albinos cannot stay out in the tropical sunlight and are not able to work as hard as the normal Indians. No family wants to have an albino, and pregnant women consult the medicine man and drink magically prepared balsa charcoal water two months before delivery. The Indians believe that gazing at the moon too long during pregnancy has something to do with albinism, and they therefore call albinos “moon children”. The tragedy of being born an albino is increased by the difficulty of finding a mate. Parents are reluctant to have a son or daughter marry one, and there is a general aversion to two of them marrying.
The eyes of the albinos are sensitive to light and are often swollen. The iris is predominantly a rich blue, but there is some variation. The straight blond hair on their bodies sometimes reaches a length of one inch on forearms and lower legs. In the hot tropical sunlight they lack endurance, and they constantly have colds.They move slowly. They are described as being characteristically stubborn and hot-tempered, and they rarely smile. Their intelligence is said to be as high as that of the normal Indians, but observers from Wafer’s time on have reported that they have a shorter life expectancy. Formerly many were quietly killed by the mother at birth, and some may still be done away with (...)
Some compensations lighten the lot of the albino. He is believed to posses special spiritual powers, to be closer to God and freer of sin, and to have a better place awaiting him in heaven. Apparently the albinos come into their own once the sun has gone down (...) During an eclipse, they are believed to be able, by means of a small bow and arrow, to scare off the demon that is thought to be devouring the sun or moon..
Close inbreeding is not known to cause albinism, but once the mutation has appeared, there is no doubt that inbreeding fosters it. It is perhaps pertinent, therefore, to note that in earlier times incest seems to have been condoned or even required. According to Wafer, the father of the bride (or if he were not virile, her next nearest of male kin) was permitted to keep her privately in his quarters for seven nights prior to her marriage. Another reason for the continuing appearance of so many albinos among the San Blas may be their strong taboo against marriages outside the tribe.» [Weyer 1958:76].

Una connotación semejante sufren, o sufrían, los albinos en la sociedad tsonga de Mozambique, si bien parece que la eliminación de estas personas ya no tenía lugar en el momento en que se recabó la información:

TSONGA (sur de Mozambique; rama lingüística benue-congo (bantú), familia níger-kordofaniana; 2ª mitad s. XIX).
[tratamiento a los albinos]

«El albinismo no es frecuente entre los indígenas del África austral pero se dan algunos casos. Los albinos son llamados, en tsonga, khalandlati, literalmente “carbón-relámpago”. Creen que fueron quemados (hisa) por un rayo cuando estaban en el seno materno antes de nacer. “Son seres incompletos, no están todavía maduros, fueron aborrecidos por el Cielo”, tales son los términos en los que los describen. Al mismo tiempo, no son considerados tabú (yila), y apenas inspiran repugnancia. En cuanto a las mujeres que sufren la pequeña desgracia de ser albinas, las demás mujeres no se untan con el mismo ocre que éstas, para no dar a luz hijos albinos. No beben en el mismo vaso. Los hombres no se casan con ellas, y debido a ello, son clasificadas como las leprosas y las echadoras de suertes, consideradas como repugnantes.» [Junod 1996(Tomo II):374].

Un tercer ejemplo es la poca estima de la que, en la primera mitad del siglo XX, gozaban los bizcos en las comunidades afrocubanas procedentes de Angola y Congo, una simple herencia del fatal destino que acompañaba al bebé bizco en tiempos de los antepasados africanos:

«...A propósito de los bizcos dice Teófila [una informante]: “No son buenos: mi madre nos contaba que en Kongo de Ntotila era una desgracia muy grande ser bizco. A ella le dijeron sus mayores que los recién nacidos que tenían los ojos torcidos venían con espíritu malo, y que allí los mataban para que no hicieran daño”.» [Cabrera 1992:169].

Hay, por último, una serie de causas que motivan el infanticidio que son difíciles de clasificar en los anteriores apartados, y que agrupamos aquí como miscelánea. Según Murdock (1945:43), entre los aranda, «alguna que otra vez se mata a un niño de unos cuantos años de edad y su cuerpo se da a comer a otro mayor pero enfermizo, no como alimento, sino para comunicarle su vigor al otro»; hasta donde conocemos, este es un caso insólito, y no sabemos hasta qué punto habría que considerarlo un sacrificio infantil mejor que una práctica de infanticidio. Los huitoto (Murdock 1945:365) se deshacen de los hijos considerados ilegítimos (cuyo padre no es -o no parece ser- el esposo de la madre), al igual que los camayurá de la Amazonia, quienes eliminan a la descendencia de una mujer soltera (Meggers 1976:80). Entre los shuar de Ecuador, los hijos varones fruto de uniones exogámicas tienen también poco futuro: «Marriages outside the peace-group are frowned upon, and if a woman becomes pregnant by a man of a hostile group, she is compelled to kill the child at birth if it is a boy» (Weyer 1958:106).

Resumiendo, podemos dividir los casos de infanticidio según las motivaciones que aparentemente provocan el fenómeno en cinco tipos:

1) motivado por presiones productivas,
2) por la muerte de la madre,
3) por la estructura socio-familiar preferente,
4) por motivos eugenésicos,
5) por causas (justificaciones) diversas.

Desde luego, esta clasificación no tiene valor en sí misma, y no nos sirve más que para evidenciar la diversidad de factores que puede caracterizar el fenómeno del infanticidio. Al mismo tiempo, las categorías 1 y 3 pueden solaparse fácilmente: entre los yanomamö de Venezuela, según Chagnon (1977:74), los niños nacidos antes del destete del anterior son muertos, pero existe una acusada tendencia a “perdonar” con más frecuencia a los varones que a las hembras, en razón de las características de la organización y funcionamiento sociales de este grupo, donde la primacía masculina es absoluta y notoria. En esta misma situación doble cabe incluir el caso arapesh.

Es interesante asimismo poner de manifiesto, con varios ejemplos disponibles, las justificaciones o camuflajes que son pergeñados por los propios sujetos que llevan a cabo el infanticidio, es decir, la motivación emic. La explicación aducida para abortar -o, en su caso, eliminar al recién nacido- por las madres mby’a de Paraguay en el siglo XVIII:

MBY’A (Paraguay; familia lingüística tupi-guaraní; s. XVIII).-
[justificación emic del infanticidio]

«Azara [fuente no especificada] nos dice que las mujeres de los Mbayas, una de estas naciones de Paraguay, han adoptado la bárbara costumbre de no criar más de un solo hijo. Suelen tratar de conservar aquél que, por su edad y otras circunstancias, consideran probable que sea el último. Si se equivocan en sus cálculos, y vuelven a concebir otro hijo, matan al último, quedándose a veces sin hijo alguno cuando esperaban tener otro. Estaba yo un día en compañía de varias de estas mujeres y sus maridos, y reprochaba e estos últimos duramente por someter a sus mujeres a la prueba de sacrificar a sus propios vástagos, exterminando así a su nación, ya que debían saber que de esta manera cada pareja no tenía más que un hijo. Me respondieron con una sonrisa que los hombres no tenían derecho a interferir en los asuntos de las mujeres. Entonces, me dirigí a las mujeres en los términos más contundentes, y después de mi sermón, al cual prestaron muy poca atención, una de ellas me dijo: “Cuando tenemos hijos todo el tiempo, esto nos desfigura y nos hace parecer viejas, y a ustedes los hombres no les gustamos más por ello. A esto se suma lo fastidioso que resulta criar hijos, y llevarlos de allá para acá en nuestras largas excursiones, durante las cuales carecemos a menudo de lo necesario, dado lo cual hemos decidido deshacernos de ellos tan pronto como descubrimos que estamos encintas”.» [Vidal 1998:72].

roza el sarcasmo, llevando la coquetería hasta sus últimas consecuencias, aunque es posible que, en realidad, se estuvieran riendo del estudioso. Una línea de acción completamente distinta es la emprendida por los cuna de Panamá:

CUNA (Panamá; familia lingüística chibcha; 1ª mitad s. XX).-
[infanticidio ¿encubierto?]

«The San Blas [=cuna] are morbidly afraid of illness. One out of every three women is said to die in childbirth, so they naturally fear this event. However, the peculiar manner in which delivery is managed makes one wonder whether the offspring are not in greater danger than the parent. The expectant mother, screened off from all except the midwives, lies in a hammock in which a hole has been made, and when the baby comes, it drops through the hole into a canoe filled with sea water. Nor are the baby’s troubles over after this rough introduction to life. If it develops a fever, it is drenched with cold water or exposed to cold winds on the theory that children die because “they get too hot”. It is hardly surprising that many are lost at an early age.» [Weyer 1958:80].

quienes practican desastrosos procedimientos terapéuticos que frecuentemente terminan con la muerte del bebé ya nacido. Los argumentos que daban los quijo de Ecuador en el siglo XVI sobre el infanticidio:

QUIJO (Ecuador; actualmente, familia lingüística quechua; anteriormente quizá familia barbacoana; s. XVI).-[justificación de infanticidio]

«Sabemos de infanticidio practicado en el siglo XVI, pero es poco probable que las explicaciones que le daban, hayan sido las verdaderas. De los Quijos de Ávila, Ortegón informa [ca. 1577] que cuando una mujer había dado a luz, entonces a los recién nacidos, aún con vida, los solían colocar en grandes recipientes y enterrarlos en el suelo. Según Ortegón, los indios preguntados por qué hacían esto contestaban que querían extinguirse y no ver a ningún cristiano en su tierra. Sin embargo, sabemos que en la época precolombina el infanticidio era una costumbre muy difundida a pesar de que Rodríguez Docampo y Lobato de Sosa dicen que estrangulaban a los recién nacidos para que éstos no tuvieran que pagar tributo.» [Oberem 1971:196].

se diluyen en el proceso de resistencia a la presión ideológica, política y tributaria de los nuevos amos españoles. Las razones que, en fin, proporcionaban los kandh de la India a los administradores británicos acerca de su costumbre de acabar con las niñas podrían no ser del todo falsas, si bien parece que el infanticidio aquí obedecía a motivaciones derivadas de la estructura social preferente:

KANDH / KHOND (India oriental y meridional; familia lingüística dravídica; s. XIX).-
[justificación de infanticidio femenino]

«One reason for infanticide in modern India is associated with the practice of exogamy. Raids took place for the purpose of obtaining wives and these were invariably the cause of much bloodshed. In 1842 members of the Kandhs tribe told Major Macpherson “that it was better to destroy girls in their infancy than to allow them to grow up and become causes of strife afterwards.» [Mackenzie 1993:60].